Bruma y el orgullo de no ser como los demás

Por: Jefferson Echeverría*


En una canción del Cuarteto de Nos que se llama "No quiero ser normal" hay una parte de su letra que coincide perfectamente con la temática de la novela que quiero mencionarles: “Y sólo sé que lo que es moda me incomoda, y no, no puedo imitar y, por ser como todos, no ser nadie”. Y sí, esa vana idea de pertenecer obligatoriamente al mundo peculiar de las tendencias sólo por seguir un estereotipo común, parece que está creando una imagen errónea de lo complejo que es apropiar una identidad, sobre todo en estos tiempos donde muchos se esfuerzan por querer ser diferentes y terminan actuando casi de la misma forma. 

Sin embargo, hay personas que, en medio de su natural forma de ver las cosas, sí marcan una diferencia rotunda. Sus gustos, su modo de actuar y hasta su capacidad de afrontar las frustraciones, definen un carácter auténtico que sobresale ante los demás; lo más curioso es que esta clase de personas suele ser vistas como bichos raros. Un claro ejemplo de ello es Bruma, la voz principal que encarna la novela ejemplar escrita por la colombiana Giovanna Zuluaga. Bruma, orgullosamente raRa, es la viva personificación de una adolescente que disfruta de su mundo aparentemente extraño con el mismo entusiasmo que demuestran los chicos del común frente a sus actividades normales. Ama el encierro, le apasiona visitar los lugares sórdidos, casi no interactúa con los jóvenes de su edad y su palidez, remarcada por una estatura excesivamente alta para su edad, confirma un aire enigmático que puede despertar perplejidad, miedo o burla.

Recién entrada a la adolescencia, Bruma no solamente experimenta los cambios hormonales, sino también los emocionales concernientes tanto al descubrimiento en sí misma como a una suerte de aceptación en tanto la búsqueda de su identidad forjan en ella un carácter propio. En su interior se alberga una madurez asombrosa, compuesta de un valor y juicio inequívocos al momento de afrontar la inmediata realidad de ser hija de un matrimonio frustrado, cuyo padre decide hacer vida con otra mujer y cuya madre padece una enfermedad que la ha obligado a distanciarse del mundo ordinario. 

Cualquiera podría asegurar que es un panorama lo suficientemente abrumador (tal como su nombre) como para justificar cualquier demostración de llanto, dolor y frustración explícitas. Pero a medida que la historia transcurre entre nuevos secretos y próximos desenlaces, nos damos cuenta de que la rareza en su personalidad es lo que la hace inmensamente admirable y ejemplar a diferencia del comportamiento de los mal llamados seres normales. Si bien Bruma está inmersa en las dinámicas de su tiempo: redes sociales, estilos de vestir y tendencias en cuanto a actitudes e ideas, y si bien ella también quiere ser partícipe de ese mundo virtualmente llamativo, no por esta salvedad su chispa de autenticidad pierde todo sentido de validez. 

Lo reconocemos en actitudes tales como las fotos que clandestinamente publica en su perfil en Instagram y a su vez en su modo silencioso de ver el mundo que le rodea. La encontramos en su manera de permanecer largas horas alejada del mundo, así como en su profundo desinterés de hacer varios amigos. La destacamos en varios comportamientos inusuales para su edad. De las publicaciones corrientes que suelen hacer varios jóvenes de su generación sólo para atraer la atención y agrandar el ego por medio de comentarios, likes y la vaga obsesión de crear ese prestigio virtual, Bruma en cambio tiene la lúgubre fascinación de publicar fotos en blanco y negro que contengan lápidas, posteando mensajes de una profundidad que puede llegar a confundirse con una persona mucho mayor. En suma, dentro del universo de Bruma no hay razones para encajar con las banalidades su tiempo. 



Prontamente la rareza en su carácter la lleva a encontrar de un modo inesperado su verdadero lugar en el mundo. Ocurre en vacaciones cuando su padre decide que es momento de que Bruma pase una temporada al lado de su madre quien reside en la vieja casona ubicada en el corazón de un pueblo llamado San Miguel. Al llegar a una casa completamente grande y de aire muy enigmático, comprende que no solamente allí el espacio contrasta con su estilo de vida muy urbano al que se había acostumbrado, sino también aún se alberga el recuerdo de los abuelos fallecidos hace algunos años cuyos episodios se resguardan dentro de su memoria como un fantasma. Al parecer las imágenes de un pasado oculto en lo alto del ático desentrañan una conexión casi sobrenatural que logran despertar en ella una serie de revelaciones y descubrimientos insospechados. 

En este lugar misterioso Bruma finalmente tiene una de sus primeras cercanías entrañables con los libros tras hallar en la novela de Frankenstein, que devora con una obsesión continua, una relación profunda con su forma de ver su realidad. Luego, aunque la comunicación al inicio no suele ser tan cercana con su madre, poco a poco se va construyendo una especie de complicidad fascinante en donde la aceptación y la confianza germinan a partir de un reconocimiento recíproco sin prejuicios ni barreras. Esa misma armonía entre madre e hija, tan distante en algunos años por causa de diversas situaciones, la lleva a conocer a un grupo de muchachos en quienes producen un vínculo rápido y afín en cuanto a problemáticas, frustraciones y miedos. 


Nicolás, quien es temeroso de todo, pero aun así tiene una extraña fascinación por inventar historias escalofriantes sobre algunos vecinos solitarios; Elena, de un carácter desconfiado y de rizos abundantes; Antonia quien, pese a su carácter enternecedor, le cuesta aceptar la belleza imperfecta de su cuerpo por culpa de los miles de comentarios que los bullies han creado de ella y, por último, Manolo, un joven brillante en lo académico pero que aún le cuesta asimilar las frustraciones, forman un lazo importante junto con la inmensa Bruma al fortalecer el curioso Club de los Hijos Únicos. En este círculo Bruma se siente bien, confiesa que precisamente esa clase de inseguridades y defectos los unen más por esa natural manera de apropiarlos a un sinfín de momentos que se inmortalizan en su presente, reconociendo que la amistad consiste en reconocer quiénes somos sin recelo ni barreras, sin importar cuán grandes y vergonzosas parezcan nuestras inseguridades, siempre y cuando esté presente la confianza y el respeto.

Pero el descubrimiento de nuevos y raros mundos no se quedan únicamente en su grupo de raros amigos. Hay una aparición misteriosa como la de Georgina, la vecina a la que Nicolás le da por atribuirle toda clase de invenciones escalofriantes por su manera austera de vivir, que incitan en el carácter curioso de Bruma a indagar más a fondo sobre la personalidad de esta mujer con quien vive solamente con su gato Prometeo II y su vasta biblioteca. Gracias a un encuentro accidental, se desvela un secreto que ha permanecido durante varios años en un anonimato sin precedentes: esta mujer mantuvo una amistad formidable y peculiar con su abuela y parece que Bruma está destinada a ocuparlo, prolongando una complicidad única sin importar la diferencia de edad; comprobando así en la personalidad de Bruma un nivel de madurez impactante. 

A lo largo de la obra, tanto los dilemas morales como nuevos incidentes van tejiéndose en cada capítulo con una sencillez asombrosa, pero sin perder de vista detalles necesarios para que los lectores de ninguna manera pierdan de vista las impresiones comentadas mediante la voz de Bruma. Por momentos el interior, producto de su personalidad, acoge fuerza, pero tan sólo en las ocasiones precisas, puesto que, en otros ámbitos, los elementos que discurren alrededor de Bruma se adaptan a un entorno global que, como narradora sensible y elocuente, proponen un estilo de realidad veraz y sincero con sus sentimientos. Debido a estos y otros detalles se permite distinguir una relación concisa entre la intención de Bruma con aquellos que hacemos parte de ese club maravilloso de los raRos. 

*Especial para PdL.

PdL