Por Lina Huang Peña°
La clase de griego
Han Kang
Penguin Random House
175 páginas
Bogotá, 2024
La novela funciona como sinfonía entre las historias de dos personajes principales: la estudiante de griego a quien se le imposibilita el habla, y el profesor de dicho idioma con tendencia genética a la ceguera. En ella encontramos, por una parte, la imagen y el lenguaje como extrañamiento (desde la ausencia), y, por ende, también la ausencia o deterioro de los sentidos relacionados con los mismos. Hallamos, a su vez, las obsesiones con las memorias y el paso del tiempo y la idea del mundo como ilusión (desde el diálogo con el budismo) como trasfondo de un dolor que no puede ser curado de forma tan sencilla. Ni a través del psicoanálisis, ni tampoco mediante el conocimiento budista, ya que este se queda corto frente a la realidad de la vida:
“– El mundo es una ilusión y la vida es un sueño – murmuré para mis adentros.
《Sin embargo, mana la sangre y brotan las lágrimas” (69)
Por otro lado, para la estudiante de griego, quien ha perdido el habla, el lenguaje es lugar de extrañamiento, de una otredad difícil de apropiar. En ella las palabras, como si fueran monstruosas, se erigen ante ella como un universo excepcional y gigantesco; desde la infancia no solo estas le impresionan, sino también los sonidos que estas producen al ser pronunciadas, de tal manera que, el lenguaje, en lugar de serle familiar, es el espacio de lo sagrado monstruoso que maravilla, que es imposible de asir y cuya experiencia la sobrepasa.
Se indica, así, su fascinación con las palabras cuando es una niña y su hermano le enseña las primeras. Pero junto a la fascinación hay también horror, ya que el lenguaje la aprisiona en sus garras y es demasiado para su fragilidad humana. No solo el lenguaje escrito la aterra mientras duerme sino, aún más, cuando se convierte en palabras habladas:
“Por muy insignificante que fuera la frase, dejaba traslucir, con la fría claridad de un trozo de hielo, la perfección y la imperfección, la verdad y la mentira, la belleza y la fealdad. Sentía vergüenza de sus oraciones que se desprendían de su lengua y de sus dedos como blancos hilos de telaraña” (15).
El extrañamiento no se halla solo frente al lenguaje. La estudiante de griego no sabe si tiene el derecho de existir y en su memoria persiste el hecho de que, en el pasado, su madre estuvo a punto de no traerla al mundo. Esta impresión lleva a que ella, se mueva, así, en esa sensación de casi inexistencia del cuerpo por la cual viste de negro y no se mira en el espejo. Su cuerpo y su rostro, como las palabras, le son ajenos:
“Cuando por casualidad, se encuentra con su reflejo en un vidrio o en un espejo, se queda observando con fijeza sus ojos, pues esas nítidas pupilas parecen ser el único canal de comunicación entre ella y ese rostro desconocido” (58)
Si bien no tengo conocimiento del idioma coreano ni del griego, me atrevo a decir, basándome en la traducción, que las frases de la novela están construidas de tal manera que podemos tocar esos mismos ecos de la fascinación por las palabras que posee la estudiante y esto se expresa en los desgloses con resonancias poéticas en esa otra lengua nueva que ella aprende para intentar recuperar el habla. El griego antiguo es la forma con la que trata de salvarse, pero cuando sus poemas son descubiertos la estudiante se oculta de nuevo; lo poético se halla asido a su drama interno, y, por ende, no desea mostrarlo. La forma en que busca recuperar el lenguaje se vuelve una trampa en sí misma porque el expresarse no es tampoco tan simple. Su búsqueda, en lugar de llevarla a hablar de nuevo, la conduce, más bien, a un tiempo y espacio que son demasiado íntimos para poder comunicarlos a los demás:
γῇ ἔκειτο γυνή
Una mujer está tendida en el suelo.
χιὼν ἐπὶ τῇ δειρῇ
En su boca, nieve.
ῥύπος ἐπὶ τῷ βλεφάρῳ
En sus párpados, tierra. (62)
El griego antiguo, de la forma en que se narra en la novela, posee una connotación poética, en cada palabra y sus múltiples significados yace la complejidad que atraviesa a los personajes principales y sus matices:
“La belleza es bella
La belleza es difícil
La belleza es noble
Las tres traducciones eran correctas, puesto que los antiguos griegos no diferencian los conceptos de bello, difícil y noble. Del mismo modo que, en coreano, brillo posee los dos significados de claridad y color.” (67)
Con respecto al profesor, habita y reconstruye de nuevo sus memorias, y aunque hacen parte de su pasado, las reproduce con más realidad que el momento presente. Como la espada-metáfora de la ceguera a la que hace referencia la novela, la vida del profesor parece dividida en dos: los recuerdos de Alemania, y, por otra parte, su vida actual en Corea, mientras se encamina hacia la ceguera. Su historia, como la de su estudiante, se encuentra envuelta en la vulnerabilidad que implica la pérdida progresiva de la vista.
En estos personajes principales y en aquellos que orbitan alrededor, se halla la constante de la imposibilidad. La solución para el dolor de la estudiante de griego “no es tan simple” como seguir las indicaciones del psiquiatra con respecto a buscar a un terapeuta de lenguaje, y tampoco lo es el lenguaje mismo, con sus resonancias y matices. Persiste, un espacio de lo innombrable, un espacio de soledad insondable entre el cuerpo y el lenguaje, y entre el cuerpo y las imágenes. La hermana del profesor siente que hay un vacío entre su cuerpo y la voz que emerge de este; la estudiante de griego ve el cuerpo y las palabras separadas de sí, y, por último, las imágenes vistas por el profesor se difuminan conforme envejece.
Esta sinfonía plasmada por las imposibilidades y por lo insondable entre los cuerpos y el mundo empieza a trazar, al mismo tiempo, un nuevo lenguaje igualmente hecho de vacíos porque en toda nueva historia hay también una distancia con el mundo del otro. De la soledad antigua del otro, de su infancia, de sus palabras, se sabe muy poco y es en esa oscuridad donde podrían llegar a crear un nuevo universo, como veremos. Quizá, por eso mismo, ningún personaje tiene nombre.
Por otra parte, las descripciones son, como si fueran parte de una pintura expresionista, trazos del mundo emocional y solitario de sus personajes, ya que, al fin y al cabo, la falta de palabras habladas de la estudiante, como la progresiva ceguera del profesor, definen los límites de sus mundos individuales. Ninguna descripción, a mi manera de ver, se encuentra al azar, más bien extiende sus experiencias hacia el mundo percibido por ellos, como, por ejemplo, cuando la estudiante recuerda haber vivido una noche similar:
"Las acacias, que rodean el complejo de apartamentos, estiran con ímpetu sus ramas gruesas y renegridas. El repugnante olor del humo de los tubos de escape se mezcla con el aroma a vegetación en el húmedo aire de la noche. El cercano y atronador rugido de los automóviles rasga como miles de afilados patines sobre hielo” (p. 65)
Es probable que quien ama los idiomas no tanto por su funcionalidad, sino por sus resonancias, evocará en esta novela dicho amor, quizá hasta cierto punto incomprensible en un mundo donde prima la funcionalidad. Pero más allá de eso, desde la imposibilidad de la que hablamos, apunta a todo aquello cuya complejidad humana subyace en los entresijos de unas vidas cotidianas y opacas que ansían refugio. La clase de griego apela a todas las soledades aparentemente insignificantes que, con la carga de sus historias personales, construyen para sí mismas la belleza en momentos concretos, frente al mundo hostil y saturado que les rodea.
En esta novela, el silencio y la soledad causados por lo inasible de las cosas crean su propia belleza, quizá fugaz, aunque no por ello menos valiosa.