Zoológicos urbanos: mutantes de esta ciudad

Por C.A. Torres


Zoológicos Urbanos: historias mutantes
Rafael Chaparro Madiedo
Alejandro González - Compilador
Editorial Universidad de Antioquia
Periodismo
Medellín, 2009
190 págs

Hubo un día en que el libro Opio en las nubes de Rafael Chaparro Madiedo, cayó en las manos de muchos escritores y lectores de mi generación. En ese momento descubrimos – al igual que lo hizo García Márquez con Kafka o Rafael Alcides con Alberto Rodríguez Tosca – que se podía escribir así, con esa tristeza, con ese ímpetu casi salvaje. Es más. En ese momento muchos supimos, o corroboramos, el “llamado” de la escritura. Comenzamos a ver la ciudad con otros ojos: tal vez, como lo dice Chaparro, “un poco tristes, pero más felices que los demás”.

Por estos días ha caído en mis manos otro “libro” del escritor, compilado por Alejandro González Ochoa. Se trata de Zoológicos Urbanos: historias mutantes de Rafael Chaparro Madiedo, publicado por la Universidad de Antioquia. Con este libro he vuelto a sentir, durante este septiembre triste, la ciudad intacta, “un poco vuelta mierda”, de Chaparro. Esta compilación, que pareciera ser de crónicas y artículos, pero no lo es, ha regresado con una gran nube gris sobre Bogotá, con el olor de la gasolina y las tetas dulces de Amarilla, pero de una forma brutal e imprevista para mí. Porque, a modo de paréntesis, confieso que Opio en las nubes ya no me atrapa como lo hizo en esa primera, segunda, tercera y tal vez cuarta lectura adolescente. Ahora lo veo como un libro inspirador y revolucionario. Un libro que “bajó de las nubes” y sigue bajando, a tanto alarde solemne y aburrido que ha caracterizado a la poesía – porque Opio en las nubes es para mí un libro de poesía – a la literatura y al círculo “intelectual” colombiano.



Zoológicos urbanos, por su parte, lejos de ser una promesa del escritor que pudo haber sido Rafael Chaparro, es una prueba de sus grandes inquietudes, de su gran habilidad para embaucar, para atraparnos en ese encabalgamiento simple y profundo de sus palabras, de su sentido del humor terriblemente negro. Uno queda con la impresión de que las plegarias de Chaparro se hacen realidad y de que eso que vemos sobre nosotros no es tan sólo una gran nube sino un montón de botellas de whisky y de vodka quebradas junto a unos cuantos pájaros negros. Queda uno con la sensación de que Amarilla es un personaje real, bogotano, con el que se puso fin a cierta inocencia que, aunque todos conocíamos, seguía en el anonimato, vuelven esas ganas de fumar un cigarrillo tras otro, las ganas de tomarse un vodka en ayunas, las ganas de escribir un artículo al estilo de Chaparro Madiedo, de gritar I couldn’t get satisfaction too y sigo sin obtenerla y tal vez peor, más convencido de que Bogotá es ese gran infierno que uno no puede dejar de odiar y amar al mismo tiempo, como un adicto al bazuco ama y odia a su “bicha”. Y es que el centro de estas historias no es otro que Bogotá y sus días grises, Bogotá y sus buses surrealistas, Bogotá y sus personajes de cada día, su corrupción, sus cinemas cargados de “mamertos”, sus costumbres y mentalidades conservadoras junto a la anarquía diaria, sus vendedores ambulantes, la lluvia, porque “cuando llueve, Bogotá se convierte en la ciudad más triste del mundo”, dice el escritor Bogotano en una de sus “historias mutantes” que bien podríamos confundir con crónicas, con otra novela, otro gran libro de poesía callejera, poesía contenida, rabiosa, bogotana, con un libro sin género, “mutante”, que nos hace pensar en el mar de árboles escondido detrás de los cerros orientales, en el volcán muerto donde descansa la iglesia de Monserrate, en una inminente inundación, en un improbable estallido que acabe de una vez por todas “con esta sucia ciudad”.

PdL