Mario Torres Duarte: Todo pasó en abril

Por Jorge Eliécer Pardo*


Para Diana Marcela Cuéllar, 
con quien leí en voz alta algunos de estos relatos.


Todo pasó en Abril, tiene una sugestiva portada familiar, en sepia, sin información que refiera a quienes permanecen o quienes caminan por la calle vestidos como en el medio siglo XX. El libro contiene, además, cinco bellas ilustraciones de Juan Carlos Torres Duarte, hermano del autor, impresas en papel propalcote, dividiendo espacios de los cuentos. La foto del escritor es de Marcela Sánchez —Mara— la enigmática artista plástica que ha fotografiado a media literatura colombiana. El libro está dividido en cinco partes (con explicaciones) que sugieren de inmediato que Torres es un matemático escritor: "Un punto (Sala de conversación)"; "Dos puntos, una recta (De Pi y otras religiones)"; "Tres puntos, un triángulo (Nunca cantes en español)"; "Cuatro puntos, un cuadrilátero (Una cuestión muy personal)"; "Cinco puntos, una pirámide (Entre paredes y techo)". Son veinticuatro cuentos en total.

Los libros se juntan, o mejor las historias leídas en el tiempo que nos ha tocado hacer los dos oficios: leer y escribir. Desde el comienzo de la lectura nos damos cuenta de los buenos artificios de Torres, entre oníricos y fantásticos. Abro el libro que me dedicó en abril del 2022 y se conecta con un cuento que finalicé ayer. La cuerda se junta en el preciso instante en el que mi personaje lleva tres días muerto y se da cuenta, justo en el duermevela, como el de Mario en De cómo Sancho llegó hasta la boca de la espiral. También juega con el tiempo, el pasado, la eternidad. Seguro los dos personajes se encontrarán en lo que Torres llama “ese diminuto hueco de aguja…”. Y, desde un comienzo, aparecen unos seres entre transparentes y fantasmales que adquieren una presencia importante en el libro. Una combinación de Cortázar y Borges, las matemáticas y la filosofía. 

“Desde entonces evito llegar hasta esa pesadilla, me cuido de dar pasos errados, intento ir en círculos, uso el hilo de la memoria para no perderme”.

 Y, sin dudas, pasea el poeta por las páginas, como errante sin nombre. Nunca en domingo, con un bello tono poético, bien pudiera ser escrito en versos horizontales-verticales. Hay un ambiente de tenue alegoría al instante de la muerte. Veo a los amados por Mario, perro, gato, traspasar lo meramente narrativo y poblar el ambiente mágico y esplendoroso de la poética. En Troquilino desde la oscuridad, acuden animales de todo orden. El lector, de inmediato, se da cuenta de cómo los habitantes del apartamento tienen sus propios espacios. Colibríes, moscas blancas, hipopótamos, pájaro chupador, Khon, su prudente y anciano gato, y “una araña amarilla y verde y marrón y roja y azul, tan grande como el peso de los espíritus y que un día aterrizó en mi ventana viniendo de Malasia”. La voz de los animales, profunda, verosímil, pausada y poética. Un relato que bien pudiera ser, como telaraña, un argumento de nunca acabar, como la violencia: “Los traidores serán atormentados pronto y por siempre y ya no tendrán tiempo de aprender a retroceder. No habrá espacio para el perdón”. En Sala de conversación, el autor hace una pausa corta para dar a Abril el espacio que merece en sus tribulaciones. Un cuadro poético de despedida que se convierte en relato no en los ojos sino en el respirar del lector, una alegoría al padre: 

“Caminan unos cuantos pasos hacia un espejo, levitan, entran, se difuminan y se van hasta Abril, donde vuelven a nacer”. 

Y los pequeños seres, al decir de Salvador Garmendia, continúan poblando los espacios efímeros, ese zoológico existencial donde los animalitos se salvan de las atrocidades de los humanos. En Canción de un ánima nunca en pena, se evidencia el bípedo que convive en soledad, ese escritor-lector que “A veces, en las madrugadas, la biblioteca me reclama por un libro que no he leído y otro que me dejé robar”, y afuera se debate un país, en el trasfondo de lo existencial que ya no es tan abstracto sino evidente, “Veo entonces a mis amigos que caminan y vuelan…”. 

En "Tras el muro" se retoma el conflicto de la partida más allá del espejo, la ventana y un vidrio transparente como la neblina de la historia del mundo subterráneo de la ciudad. Sí, la reflexión de la muerte y, después, de nuevo, la muerte. Todo se va adjetivando en el aliento del relato, cuento corto, contundente, sin efectismo, así "Las cenizas de mi Padre" y de nuevo el vidrio grueso y sucio donde pasa la vida. Sigue y sigue el tema que se junta en espiral en "Trasposición" poblada de animales amados, música, guitarras acompañando lo que el autor llama Santa Muerte. Espacios y personajes alternados y una especie de portal que nos conduce al mismo hueco oscuro: “En el piso hay un espejo que me atrae y sin pensarlo, me lanzo a él como quien se lanza a una piscina y caigo nuevamente en mi apartamento del piso cuarto”, para concluir rotundo, directo: “Ese otro que me habita al otro lado del espejo no soy yo, es la sombra de un tiempo mío que dejó de existir”. 

Así termina una de las partes de Todo pasó en Abril, como punto final o mejor, seguido, o suspensivos. En "Pi o la breve historia de solitario 3", es el texto de un matemático, como en efecto lo es Torres. Quizás lo entendería mejor Sábato, su colega. Nos dice, al final de un poema que “Un rayo de arena/ atravesó la circunferencia/ partiéndola en dos/ ungiendo al tres”. Y cierra el relato con otra afirmación que los neófitos no podemos profundizar, “… desde entonces/ el mundo es cóncavo/ y Pi reina en él”. Intuí que al hablar de masonería el tres y su gemelo formarían el grado 33 de esta comunidad. El tema de la religión y los pueblos se desarrolla en Virgen de Loreto, guerrera de Dios, con la burla y el desastre, indiferente y sin caer en profundas influencias de García Márquez, más cercano a Rulfo y, por supuesto a Borges y Cortázar. Avanza como una canción en la madrugada en "En los dedos de Sebastian", personajes que deambulan por lo real maravilloso: 

“… porque según la monja inglesa Helen Mac Thadhg, sus miembros cantaban solo cuando dormían y soñaban” (...) había pasado más tiempo volando que caminando…”. 

Y el idioma se vuelve encantamiento cuando nos hace deambular por historias y músicas, amores encarnecidos (Clara y Brahms) o las melodías para morir, de Chopin. Pequeñas anécdotas, simpáticas y, como croniquillas, suavizan el libro, en forma rápida, como en "Juancho, perdido por el cristianismo", que cierra el bloque "Dos puntos, una recta".




En "Tres puntos, un triángulo", se abre con mayor evidencia el conflicto colombiano. Nunca cantes en español, en un significativo poema-canción, Por qué sangran las mariposas, “musicalizado por el artista brasileño Marcello Santana y se puede escuchar en YouTube escribiendo el nombre del poema”. Así, 

“Sangran las mariposas/ cuando les asesinan/ sus cuerpos/ cuando les ahogan/ sus alientos/ cuando les quitan sus alas”. 

Y continúa la guerra con la ironía que siempre el autor usa en sus narraciones y vida: 

“Sí, compadre, por culpa de los derechos humanos. Resulta que yo era suiche del ejército en Arauca. Una tarde cogimos a un comandante del ELN al que le teníamos ganas, entonces lo llevamos al batallón y lo tiramos al patio. Empezamos a darle pata a la lata hasta que yo, de la piedra que le tenía, no me aguanté, saqué mi arma y le pegué cinco pepazos en la cabeza. Mi comandante vino corriendo hacia mí y me ordenó: Chino, piérdase de aquí de una, porque van a venir los de derechos humanos y no lo van a dejar trabajar”. 

Y la cuenta sigue en "Desaparecidos, con olor a alcantarilla", donde “La esquina permanece vacía, pero el olor a amoníaco que sale de la alcantarilla viniendo de los cielos multicolores del Magdalena Medio, es el mismo de ese enero donde la muerte tenía traje de sepulturero”.

Vendrán historias que aparecen como si abriéramos un álbum de retratos, existenciales, poéticas, como El enfermo, sobre el otro yo, Las ocho maravillas, fogonazos, relatos evocadores de niñez con lenguaje de infancia que vislumbra el mundo: 

“Era niño, muy niño y con mis anteojos puestos, ahora jugaba a contar números de todos los colores en cientos de frutas que habitaban mi pueblo, así mangos, así icacos rodeando la refinería de petróleo y sus negras aguas y muy verdes sus azules ciénagas. Era niño, muy niño y aún me fascino…”. 


Bogotá, marzo de 2023


PdL