Edgar Allan Poe, un hombre inmerso en una ensoñación de futuro

Por Juan G Ramírez*


Edgar Allan Poe es un escritor que entró temprano a mi vida, y aún no lo he agotado; siempre tiene algo que decir. De sus narraciones extrañas, sombrías, brota un aire de novedad, de universo recién creado, donde la posibilidad poética es llevada a su máxima expresión. Poe, desde joven, se declaró poeta, no narrador (“Soy un hombre joven, aún no he cumplido los veinte años, y soy poeta”); los artículos y cuentos los escribió para los periódicos y revistas, como medio para sustentarse la vida, mientras escribía poemas, pero ya sabemos que la poesía es rebelde, y se manifiesta donde no se le espera, por eso es justo en los cuentos donde encontramos toda su destreza poética. Baudelaire escribe: 

«De joven había mostrado una rara aptitud para todos los ejercicios físicos, y aun cuando era pequeño, con pies y manos de mujer y todo su ser mostraba ese carácter de femenina delicadeza, era más que robusto y capaz de maravillosas proezas. Ganó, como nadador, un premio, por rebasar la medida ordinaria de lo posible. Se diría que la Naturaleza concede a aquellos de los que espera obtener grandes cosas un temperamento enérgico, de la misma forma que otorga una poderosa vitalidad a los árboles encargados de simbolizar el duelo y el dolor».

    
Un amigo que lo visitó, tras la muerte de su esposa Virginia Clemm, quedó sorprendido al ver la perfección de sus modales, aunque su rostro pálido anunciaba el dolor de la pérdida. La señora Osgood, amiga y amante, lo recuerda así: 

«Era sobre todo en su hogar, a la vez simple y poético, donde el carácter de Poe se mostraba en su mayor esplendor. La primera vez que nos vimos, compareció ante mí con su bella y orgullosa cabeza, sus ojos sombríos que despedían una luz de elección, una luz de sentimiento y de pensamiento, con sus modales que eran una intraducible mezcla de altivez y suavidad».

    Y aunque estuviese ebrio, que era casi siempre, seguía conservando esos modales, Baudelaire nos sigue diciendo: 

«El poeta había aprendido a beber, lo mismo que un literato cuidadoso se dedica a hacer cuadernos de notas. No podía resistir al deseo de recuperar las visiones maravillosas o aterradoras, las sutiles concepciones que había hallado en una tempestad anterior. Lo que hoy constituye nuestro goce, es lo que le ha matado».

    Y en otra parte: 

«Lo acabado de su estilo o la claridad de su pensamiento, el ardor en el trabajo, jamás se vieron alterados por este terrible hábito, la composición de la mayoría de sus excelentes piezas precedió o siguió a una de sus crisis. Adviertan que las palabras “precedido” o “seguido”, implican que la embriaguez podía servirle tanto de excitante como de tranquilizante. He sabido que no bebía como sibarita, sino como bárbaro, como realizando una función homicida, como si quisiera matar algo en él, a worm that would not die (un gusano que no quería morir)».

    Que no se crea que todos los escritores en Estados Unidos, a excepción de Poe, son Ángeles de la sobriedad. No hay tal cosa. Poe tenía su propia versión:  

«Hace seis años [escribió en 1848] mi esposa, a la que amé como ningún hombre ha amado, tuvo el infortunio de sufrir el desgarro de un vaso sanguíneo mientras estaba cantando. Se dio por perdida su vida. No abandoné su cabecera, viví toda la agonía de su muerte. Se restableció parcialmente y yo recuperé la esperanza. A finales de año volvió a desgarrársele el vaso sanguíneo, y tuve que volver a vivir exactamente el mismo episodio. Lo mismo sucedió un año después. Lo mismo volvió a suceder otra vez, y otra, y otra, a distintos intervalos. En todas esas ocasiones sentí dolorosísimamente la inminencia de su muerte, y con cada nuevo acceso de su enfermedad la quise más que nunca y me aferré a su vida con pertinacia cada vez más desesperada. Pero soy una persona de constitución delicada, propenso a padecer de los nervios en grado extremo. Caí en la locura, pasando por largas etapas de cordura espantosa. Durante esos arranques de inconsciencia absoluta me di a beber, y sólo sabe Dios cuánto y con qué frecuencia. A resultas de todo ello, mis enemigos atribuyeron mi locura a mi afición por la bebida, en vez de atribuir ésta a mi locura».

    Poe procedía de una familia rica, aristocrática; quedó huérfano siendo niño y eso marcó todo el trayecto de su vida. En la historia humana hay hombres verdaderamente desventurados, en cuya frente se lee la desdicha: Poe es de esos. Luego continua Baudelaire –y es cierto–:   

«El Ángel ciego de la expiación se ha adueñado de ellos y les fustiga con toda su fuerza para edificación de los demás. En vano su vida muestra talentos, virtudes, gracia; la sociedad (“La sociedad no es más que un tropel de miserables”) les reserva un anatema especial, acusando en ellos las debilidades que les ha procurado su persecución. ¿Existen entonces almas sagradas, consagradas al sacrificio, condenadas a encaminarse hacia la muerte y hacia la gloria a través de sus propias ruinas? ¿Se verán estas almas escogidas eternamente asediadas por las pesadillas de las Tinieblas? En vano se debaten, en vano se conforman al mundo, a sus provisiones, a sus artimañas; perfeccionarán la prudencia, cegarán todas las salidas, acolcharán las ventanas contra los proyectiles del azar; pero el Diablo entrará por una cerradura; la perfección será el defecto de su coraza y una cualidad superlativa el germen de su condena».

    Poe fue un hombre de gran erudición. Frecuentaba a Shakespeare, a Pope, a Platón y a Pascal, pero no ignoraba a los pensadores de la “philosophia perennis”, ni a los místicos como Mesmer y Glanvill. Le gustaba citar a sus autores preferidos, y hacer largos catálogos, en medio de sus narraciones. «Me apasionan profundamente la música y algunos poemas, especialmente los de Tennyson, a quien junto con Keats, Shelley, Coleridge y algunos otros de semejante pensamiento y expresión, considero como únicos poetas dignos de ser así llamados. La música es la perfección del alma, o de la idea, de la Poesía». En Eureka, poema cosmogónico, discute con muchos autores, matemáticos y científicos, para imponer la idea de que más allá de las leyes que rigen este mundo empírico, hay otras leyes, no aprehensibles por la razón, que las trascienden

    Los escritos de Poe están permeados por la filosofía, pero no de la filosofía convencional, sino de una filosofía misteriosa, intraducible, del espíritu, es decir, la filosofía del hombre sumergido. Se enorgullecía, en los diálogos cotidianos, de su capacidad lógica y analítica, y aun en muchos de sus cuentos comenzaba con un análisis lógico, pero pronto derivaban hacia temas supraracionales: dolencias del espíritu, ciencias conjeturales, esperanzas y cálculos sobre la vida ulterior, muertes extrañas, fuerzas misteriosas; utiliza las fuerzas de la muerte inminente, del asesinato, cadáveres y descomposición, para explicar la maldad natural del hombre y para dar un tono de terror y tristeza, de locura, de lo tenebroso y macabro, pero todo parte de una lucidez calculada. 

    En una de sus cartas, aclarando de algún modo ese impulso que lo guía, dice: 

«Soy excesivamente perezoso y maravillosamente industrioso, siempre a rachas. Hay épocas en las que toda clase de ejercicio mental es para mí un tormento, épocas en las que nada me produce más placer que la comunión solitaria con “los montes y los bosques”, los “altares” de Byron. Es así que me he dado a pasear sin rumbo fijo y he soñado durante meses enteros, para despertar por fin con una especie de manía compositiva que se apodera de mí por completo. Luego me paso el día entero escribiendo, y de noche no hago más que leer, al menos mientras dura ese estado enfermizo»

    Un poema como El cuervo, donde un pájaro sombrío y parlante que grita nevermore, parece anunciar la locura, fue montado sobre la más exquisita arquitectura. Ni un punto, nos dice, fue puesto por accidente; el poema avanza con una precisión matemática. Consta de dieciocho estrofas de seis versos, escritos en octámetros y tetrámetros trocaicos, el esquema que sigue es abcbbb, el mismo del poema Geraldine, de Elizabeth Barrett Browning. Y mientras ese poema es completamente articulado, en otros, llenos de terror y abismo, sus mujeres hablan con una voz que asemeja una música, son luminosas y enfermas, y mueren de extraños males. Baudelaire añade: 

«Hay en el hombre una fuerza misteriosa que la moderna filosofía no quiere tomar en consideración; sin embargo, nos dice Poe, sin esa fuerza innominada, sin esa propensión primordial, multitud de acciones humanas quedarían inexplicables. Tales acciones son únicamente atractivas porque son malas, peligrosas, tienen la atracción del abismo. Esa fuerza primitiva, irresistible, es la Perversidad natural, que hace del hombre, siempre y simultáneamente, homicida y suicida, asesino y verdugo; pues la imposibilidad de encontrar un motivo razonable suficiente para determinadas acciones malvadas y peligrosas, podría llevarnos a considerarlas como resultados de sugestiones del Diablo».

    El Demonio es protagonista en muchas de sus narraciones, es más, su Demonio no pertenece a la noche, sino a la razón. No hay un hombre en que haya dado esa lucha entre razón e intuición, como en Poe. Quería que la poesía fuera racional, e intuitiva la razón. Así sucede en Silencio, cuento de narrativa poética, donde el Demonio es quien lleva la palabra (“Escúchame, dijo el Demonio, apoyando la mano en mi cabeza”), y le cuenta al narrador que nos traslada la historia, cómo caminaba por un bosque tenebroso, junto al río Zaire, donde no había calma ni silencio. Y vio a un hombre sentado sobre una roca. “Y su frente era alta y pensativa, y sus ojos brillaban de preocupación; y en las escasas arrugas de sus mejillas leí las fabulas de la tristeza, del cansancio, del disgusto de la humanidad, y el anhelo de estar solo”. 




    Era de noche y llovía, y la lluvia al caer se convertía en sangre. El Demonio entonces hizo suspirar los nenúfares, pero el hombre seguía impávido sobre la roca; llamó luego a los hipopótamos, y estos acudieron en tropel desde el fondo de la marisma, y rugieron sonora y terriblemente, pero el hombre seguía impávido en su sitio; entonces el Demonio convocó la tempestad, y el río Zaire se desbordó, y la lluvia azotó la cabeza del hombre, los nenúfares alzaron clamores, rodó el trueno, se desmoronó la floresta y las piedras se arrancaron de su lugar, pero el hombre seguía sentado. Entonces el Demonio se enfureció, y maldijo con la maldición del silencio; el río calló, calló la tempestad, el viento, la floresta; calló el trueno, las nubes se suspendieron inmóviles, los árboles dejaron de balancearse y los nenúfares de suspirar. Todo se llenó de silencio, no hubo un solo sonido en el vasto campo ilimitado. Y el silencio entró en el corazón del hombre, su rostro se tornó pálido, y poniéndose de pie, escuchó, y nada se oía; todo era un desierto de silencio. Y el hombre tuvo miedo de aquel silencio, se estremeció, y huyó de aquel paraje hechizado con la maldición del silencio.   

    Ante una crítica que apareció en el periódico Literary World, donde se le acusaba de despreciar y ridiculizar los métodos de Aristóteles y Bacon, Poe responde haciendo una defensa de esa fuerza oscura llamada “Intuición”: 

«Lo que he dicho, en realidad, es que no existen las certezas absolutas en los procedimientos de Aristóteles y Bacon; que, por esta razón, ninguna de sus obras filosóficas son tan profundas como nos hacen pensar; que ni uno ni otro tienen derecho a escarnecer ese procedimiento en apariencia imaginativo que denominamos “Intuición” (a través del cual, dicho sea de paso, el gran Kepler pudo establecer sus leyes), puesto que la “Intuición”, después de todo, “no es más que la convicción que surge de inducciones o deducciones tales que su proceder resulta tan poco luminoso que huyen a nuestra conciencia, eluden la razón o desafían incluso nuestra capacidad expresiva».

(...)

«Vivo continuamente inmerso en una ensoñación de futuro. No tengo ninguna fe en la perfectibilidad del ser humano. Creo que todo el esfuerzo de los hombres no tendrá ningún efecto apreciable sobre la humanidad en general. El hombre ahora mismo es más activo, pero no más feliz, ni tampoco más sabio, que hace 6000 año. El resultado no tendrá nunca variación ninguna; suponer que tal variación puede darse equivale a suponer que nuestros antepasados vivieron en vano, y que la historia de los tiempos pasados no es sino rudimento del futuro, que las miríadas de seres humanos que han perecido no han estado en igualdad de condiciones que nosotros, y que nosotros no lo estamos tampoco respecto a la posteridad».    

En todo este alegato, Poe nos lleva a concluir que ninguna generación ha estado en desventaja respecto a la otra, ya que la materia que todo lo mueve y todo lo permea es Dios. En otras palabras, Poe intentaba explicarnos que él ya pertenecía a todas las generaciones de los hombres. «Mi vida ha sido capricho, impulso, pasión, anhelo de la soledad, mofa de las cosas de este mundo; es un honesto deseo del futuro», es decir, de permanecer. Y permanece. Supongo que de ahí viene su disgusto por la democracia (“El pueblo nada puede hacer con las leyes, salvo obedecerlas”) y la civilización, eso que, con cierta ingenuidad, llamamos “progreso”. Hay hombres, dice, que “se atrevieron a poner en duda la propiedad de la palabra progreso aplicada al avance de nuestra civilización”. 

    En Coloquio de Monos y Una es donde más se ve representada esta idea. La misión de Monos es resucitar al hombre; nos dice que el hombre llegó prematuramente al conocimiento racional, y se deshizo muy pronto del conocimiento poético: “La inteligencia poética, ahora lo sabemos, era la más excelsa de todas, pues las verdades de imperecedera importancia solo podían ser alcanzadas por analogía”.  “El hombre no puede al mismo tiempo conocer y someterse”, es decir, el hombre descifra la naturaleza para someterla, pero el hombre mismo es naturaleza, entonces tiene que someterse a sí mismo, y eso resulta contradictorio. “El bello rostro de la Naturaleza se deformó como si la arrasara alguna horrorosa enfermedad; sin embargo, era un siglo donde los hombres morían individualmente”. La democracia quitó la individualidad. La forma de superar esa contradicción, es resucitarse. Monos fue ese ser resucitado, su muerte se produjo durante la decrepitud de la tierra. Pero era otra especie de muerte: no respiraba, no tenía pulso, el corazón había cesado de latir, mas sus sentidos seguían activos. Los hombres, todos, deberían pasar por esa especie de muerte alucinatoria para reintegrarse al mundo con una visión más alta, renovada, un “sexto sentido” que trae una nueva visión. Para hallar una tierra ideal, el hombre tiene que ser purgado por la muerte

    Después de la publicación de Eureka, donde creyó hacer hallazgos, en el campo de la física, más relevantes que los de Newton o los de Laplace (los hallazgos fueron de tipo poético como lo advierten los poetas franceses), Poe entró en un constante declive; en una carta que le escribió a María Clemm, dice: «He estado tremendamente enfermo: he tenido cólera, o espasmos igual de virulentos, y a duras penas logro empuñar la pluma. Ahora ya de nada sirve razonar conmigo; no puedo más, tengo que morir. Desde que publiqué Eureka, no tengo deseos de seguir con vida. No puedo terminar nada más. Nunca estuve realmente loco, salvo en contadas ocasiones, en que mi corazón zozobró. Desde que me encuentro aquí (en Filadelfia) he estado una vez en prisión por embriaguez, pero aquella vez no estaba borracho. Fue por Virginia». Y siete días después le volvió a escribir: 

«Oh, madre, ¡qué enfermo estoy mientras te escribo! Mi equipaje ha estado diez días extraviado. Por fin lo encontré en el depósito de la estación de Filadelfia, pero (a duras penas podrás creerlo) lo habían abierto y me habían robado ambas conferencias. El propósito de mi viaje hasta aquí ha concluido, a menos que pueda recuperarlas o reescribir una de las dos. ¿Nos volveremos a reunir alguna vez? Tengo la ropa en un estado desastroso, y yo estoy muy enfermo».

    Nuestro querido Eddy (así firmaba sus cartas personales), como uno de sus personajes, encontró una muerte misteriosa cuando apenas tocaba los cuarenta años. Baudelaire termina diciendo: 

«Poe fue grande en todo, lo mismo en sus conceptos nobles como en ser farsante. Uno de esos ilustres desdichados demasiado rico en poesía y en pasión, que ha venido, luego de tantos otros, a realizar en este bajo mundo el rudo aprendizaje del genio entre las almas inferiores».


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*(Saravena, Arauca, Colombia, 1979). Poeta, realizó estudios en Teología. En el año 2012 participó en la Escuela de Escritores Anábasis, dirigida hasta su muerte por el poeta cubano Alberto Rodríguez Tosca. Ha publicado dos libros de poesía: Círculos (Ediciones Exilio, Bogotá, 2018) y Estadios (El Taller Blanco Ediciones, Bogotá, 2019). En la actualidad se encuentra escribiendo su tercer libro: Teoría y práctica del homicidio. Ha participado en festivales de poesía en Colombia y Cuba. Parte de su trabajo poético ha sido traducido al portugués.

PdL