Hijos del trueno: reescritura de NY desde la voz de quienes la habitan

Por María Teresa Santolamazza *


La competida, azarosa y multicultural Nueva York, se convierte en protagonista de Hijos del trueno (2022), compendio de catorce relatos de Juan Fernando Merino. Allí, en medio de escenarios y a través de referencias muy lejanas a la Colombia natal del escritor, brotan historias de la realidad diaria, las cuales se pasean por una ciudad que se convirtió en el lugar de su residencia por 11 años. Merino hace una literatura a partir de sus vivencias, no una literatura de turismo sino de viajes, destreza que le da la experiencia de haber residido en muchas partes del mundo. 
Vive los escenarios, habita una ciudad de la que tiene más conocimiento, incluso, que muchos de sus locales; convive con sus personajes quienes, lejos de ser excéntricos, son en su mayoría personas desamparadas, que arrastran el peso de sus tristezas llevando consigo sus carencias y dificultades, sin que su voz se convierta en un lamento; no son los protagonistas quienes se quejan, es el lector quien supone que gimen, les toma cariño o siente un poco de lástima por algunos.
 El entorno es parte esencial de su vida misma; allí enfrentan la adversidad, se sobreponen a ella. A la gran mayoría los une el deseo de seguir en la lucha. 




Merino muestra su habilidad para retratar situaciones emocionalmente complejas en medio del diario vivir; expone el comportamiento humano sin que llegue a convertirse en conflicto psicológico, construye perfiles inspirados no solo en personas conocidas sino en algunas que hubiera podido conocer. Se percibe en el novelista, como se ha dicho de Carver, una empatía hacia sus personajes, en este caso se encuentra también un tono nostálgico en la narración, lo cual podría venir de aquello que el autor menciona en una de sus entrevistas: Hijos del trueno “es un intento por acercarse y recuperar algo de la ciudad que ya no habita”. 




La diversidad de esa capital hace que haya pluralidad en los protagonistas, quienes recubiertos de sensibilidad parecen ser un alter ego del escritor, como en “El vecino de mis vecinos”, o “Sabas”. En otras ocasiones se cruza el lector con la historia de un periodista que debe tomar decisiones cruciales basado en la consulta a varias adivinas (“Duelo de videntes”); emerge también un hombre que no se reconoce en los trazos de su retrato (“Reflejos”) y hay otros (“Sin noticias de Jaime”) que entran y salen de la historia sin producir más ruido que aquel que les tiene permitido su creador para que el lector no se distraiga. Personajes terrenales de quienes no se hacen descripciones extensas, pero que de forma eficaz nos colocan en la disyuntiva de cómo interpretarlos. 

No hay forma de agrupar los cuentos más allá de unirlos por la realidad que manifiestan, no hay fórmulas ni estereotipos, son relatos que se mecen en distintos escenarios, pudiendo haber sido desarrollados en cualquier parte de la urbe. Algunos son amorosos, como el del desvarío de la mujer enamorada del músico, quien ha perdido todo especialmente la cordura (“Mi canción”); los hay con un ritmo acelerado como “Paren las rotativas”; otros son realistas, misteriosos, intimistas, desgarradores, con la crudeza del devenir de la metrópoli. Verbigracia, “Fermín” quien habitaba mundos separados: un vivo a duras penas y un muerto andante, recuperado de la basura (p. 124) o “Victoria”, donde al narrador después de perder a su mujer en un accidente trágico: “le quedaron tantas preguntas sin respuesta, noches insomnes y quien sabe cuántos más años” sin ella (p. 127). 

En “El vecino de mis vecinos” se descubren algunos elementos del Bartleby de Melville, en este caso el protagonista ha sido despedido de su trabajo y se dedica a documentar en una máquina de escribir antigua, la vida de sus vecinos observándolos pasar a través de la mirilla de la puerta.

El mismo autor de Los mares de la luna (2020), construye en este libro diálogos amenos, precisos, sin presunción, sin acento predominante; las historias son aireadas, no hay drama que atraviese toda la historia. 

El inmigrante está presente, habita en su entorno, se desempeña en él, tiene incluso posibilidades en medio de sus afugias para pensar en tomarse unas vacaciones (“De retorno a Paggank”), es así como, a pesar de estar mediados por el infortunio, un grupo que se ha constituido como un parche de pobres callejeros abraza la idea “de pasar las vacaciones anuales de la Asociación de Pordioseros en la Isla de los Gobernadores” (p. 86); una vez finalizada dicha actividad la historia da un giro presentándonos a una mujer, completamente externa a la historia, que habita sola en un edificio modesto en una calle paralela a la del Subway (p. 94), como una de las pocas personas que lamentará la ausencia de uno de los participantes del grupo.

Merino explora la soledad, la pérdida, los abismos a los que se va descendiendo paulatinamente, pero a pesar de las situaciones particulares los protagonistas se burlan, son irónicos, se exponen de manera agradable y sorprenden hasta que, llegado el momento final, las narraciones dan un giro inesperado, dejándole opciones al lector para que sea el mismo quien cierre el relato.
 
Entretejer la invención con el conocimiento es una habilidad que está presente en Hijos del trueno, haciendo que el lector se debata entre la narración y la conjetura por la fuerza de la mirada de un escritor que conoce los recovecos de la ciudad de la que escribe. Son historias que se trenzan entre sí, de manera especial el primer y último cuento que se constituyen en episodios vinculados, con lo cual se logra que el lector tenga la sensación de que todos los cuentos están contenidas en un área circular, cerrada, diciente. 

A manera de epílogo, encuentro en este libro una gran coincidencia con lo que el amigo de “Sabas” expone en el último relato, al referirse a la novela por capítulos que va encontrando en el parque: “A veces parece que la hubiera escrito un narrador omnisciente, otras no, o que los capítulos hubiesen sido escritos por distintos autores… No sé, tiene vaivenes bruscos, cambios de tono, de dirección narrativa, pistas clave que no se vuelven a nombrar, desaparecen personajes, aparecen otros de repente…” (p. 134). No podría ser diferente un libro sobre Nueva York.

PdL