Por Anna Rossell
El Anticristo
Joseph Roth
Introducción
de Ignacio Vidal-Folch,
Trad. de José
Luis Gil Aristu,
Increíble, por clarividente, este ensayo del
austríaco Joseph Roth (Brody –Galitzia-, 1894-París, 1939), escritor y
periodista prolífico y brillante, que es hoy aún de rabiosa actualidad.
Publicado en 1934, fruto de una poderosa capacidad de observación de los signos
de los tiempos, el autor nos brinda una magnífica reflexión sobre los males que
amenazan al género humano con el cataclismo universal. Roth, quien ya en 1923
-fecha en que se comenzó a publicar por entregas su novela Das Spinnennetz (La tela de
araña) en el diario Arbeiterzeitung-,
que sorprendió al mundo con la lúcida profecía anunciadora del fatídico
nazismo, sigue en su Anticristo dando
muestras de la misma agudeza premonitoria. Él, que reprochó a la Neue Sachlichkeit (Nueva objetividad) construir una literatura sólo con los puros
hechos, muestra cuál es su concepción de la literatura yendo más allá: no sólo
describiendo sino interpretando los acontecimientos.
Roth, nacido judío pero convertido al
catolicismo, revela en este libro, a pesar de su juventud, una portentosa
experiencia y madurez. Si bien, como ya se echa de ver en el título, El Anticristo está escrito desde la
perspectiva de la fe de su autor, éste dota a su ensayo de un registro
metafórico, que le otorga la validez universal de un clásico. A pesar de que elude
a conciencia nombres de países y de personas, Roth no renuncia a escribir con
meridiana claridad sobre aquello a que se refiere; al lector no le queda duda
alguna. Llevado por una profunda convicción religiosa en el sentido más genuino
de la palabra, Roth llama Anticristo a cualquier actitud ambiciosa, hipócrita,
explotadora y dominada por el prejuicio.
Estructuradas en doce capítulos, por sus páginas desfilan, inconfundibles, todos y cada uno de los fenómenos de la emergente modernidad que sentó los pilares del pasado siglo XX: la rutilante superficialidad de la industria cinematográfica de Hollywood, la nueva arquitectura, el socialismo soviético, el sionismo, el antisionismo, el ascenso del nazismo, la dialéctica de la democracia y la manipulación de masas.
Roth no deja títere
con cabeza. Así llama “nuevo hombre” a “aquél en quien ha comenzado a actuar el
Anticristo” y detecta tal actuación en la pasión embriagadora por la riqueza
material y en la frivolidad que se respira por doquier en los EEUU, en los
desmanes de los especuladores del capitalismo codicioso, incapaz de producir
felicidad; en la ciega cicatería materialista de la URSS, en la connivencia por
interés del Vaticano con los poderes fácticos del mundo. En definitiva, Roth
llama Anticristo a las amenazas que ve proyectarse en la modernidad emergente y
a la desespiritualización general que se impone por doquier. Adelantado a su
tiempo, El Anticristo es, más allá de
todo esto, un alegato contra la expoliación de la tierra, una advertencia que
ve en el desequilibrio ecológico y la deshumanización -consecuencia inmediata
de la explotación petrolífera y la fabricación de armas químicas- la vorágine
que lleva a la definitiva catástrofe.
Con un lenguaje tan plástico como el de una
película expresionista, Roth describe la excavadora como un monstruo, una máquina
infernal de destrucción. Su admonición acusatoria de que en un extremo del
mundo tres hombres estampan una firma y en el otro miles se ven sumidos en la
miseria es, en nuestro mundo globalizado, de la más descarnada actualidad.
Con buena dosis de sarcasmo Roth se despacha a
gusto con todo lo que le parece denunciable, incluyendo a sus propios jefes,
Benno Reifenberg primero y Friedrich Sieburg después, del periódico Frankfurter Zeitung, del que Roth era en
aquellos años corresponsal en el extranjero, y a quienes el autor llama
irónicamente El señor de las mil lenguas.
Por encargo de Sieburg, Roth se desplazó a los países de los que habla.
Cabe destacar especialmente la interesante
reflexión que aborda Roth sobre el fenómeno del cine, que el escritor considera
uno de los primeros y más esenciales síntomas desespiritualizadores y al que
dedica varios capítulos específicos –Entre
nosotros y la gracia de la razón se ha interpuesto un poder y Hollywood, el Hades del hombre moderno-,
pero que ejerce de hilo conductor en todo el ensayo.
© Anna Rossell