Al anarquismo, es cierto, no demasiadas personas acuden



El presente libro es la reunión de un puñado de ensayos, en su orden: Átomos sueltos. Vidas Refractarias, Gastronomía y anarquismo. Restos de viaje a la Patagonia, Misterio y jerarquía. Sobre lo inasimilable del anarquismo. Sobre la resistencia partisana.


Por Celedonio Orjuela Duarte


Cabezas de tormenta
Christian Ferrer
Editorial Utopía Libertaria
119 Páginas
Buenos Aires
Argentina 2006



Digamos que lo que le da unidad a los ensayos es la razón de ser anarquista   ¿qué es ser anarquista?  ¿por qué se es anarquista en los tiempos que corren?, este tipo de reflexiones sobre dichos postulados, le vienen bien a quienes consideran que el pensamiento libertario sigue reinventándose para bien del movimiento mismo, tal como lo formulara Emma Goodman, la célebre anarquista lituana de origen judío, en su libro  Anarquismo: lo que significa realmente:

El anarquismo no es, como muchos pueden suponer, una teoría del futuro a ser logrado a través de la inspiración divina. Es una fuerza de vida en asuntos de nuestra vida, constantemente creando nuevas condiciones. Los métodos del anarquismo por lo tanto no contienen un programa de hierro para llevarse a cabo bajo toda circunstancia.

Ya con ese acervo histórico la palabra anarquía suena hoy menos terrible que extraña, ya no es tan sospechosa como antes. O como lo metaforiza Chiristian Ferrer, "Un ave pesada que nunca pudo volar  o un mamífero cuyo último ejemplar fue avistado décadas atrás. Era, además, un animal acostumbrado a las batidas y a ser cazado en abundancia".

De allí que todo revolucionario sienta alguna vez en su vida el peso de tan fatal historia y considere  “quién será el último de nosotros”. Hubo momentos de la historia reciente que la palabra anarquía era asociada a la libertad era igual o mejor el peregrinaje militante que otros grupos que se sentían representantes de los intereses populares, luego fue tanta la propaganda sucia contra los grupos anarquistas, incluso desde la misma izquierda que siempre los tildaban de generadores del caos, pero muchos de esos inquisidores de la disidencia hoy disfrutan aquellas reivindicaciones. Afirma Ferrer:

De no haber existido anarquistas nuestra imaginación política sería más escuálida, y más miserable aún. Y aunque se filtre en cuentagotas, la “idea” sigue siendo un buen antídoto contra las justificaciones y los crímenes de los poderosos.  

Esa ausencia de ideas libertarias en el entorno colombiano, sí hace de la política colombiana un cuerpo de partidos y grupúsculos sin imaginación tan escuálido y miserable como lo plantea Ferrer.

Si se miran las biografías de verdaderos anarquistas, es decir, aquellos que aportaron bien sean desde la reflexión teórica de la libertad o en aquellos hombres de acción enquistados en el movimiento sindical y en todos los alzamientos populares  pueden ser perfectamente relatadas como vidas de santos. La motivación de todo anarquista es eminentemente constructiva, por lo tanto, estos utopistas están más cerca de un  evangelizador disidente que las del “poeta maldito” o el nihilista atormentado.  Por eso para el autor el anarquismo constituyó una porción importante del plancton que hasta hoy día consumen los cetáceos del movimiento social. Lo que descuella de la historia anarquista es la plasticidad de teoría y praxis y, y la variedad en sus modos de concebir el accionar ácrata. "La libertad era una experiencia vivida, resultado de la coherencia necesaria entre medios y fines, y no un efecto de declamación, una promesa para un después del Estado". 

En la idea de libertad del anarquismo no estaba implícito solamente un ideal, eran desde luego,  distintas prácticas éticas, que funcionan como correas de transmisión entre la actualidad y la persona y la realización del porvenir anunciado, ya que el anarquismo no concebía a la persona según el modelo liberal del  “sujeto de derechos” era imperioso modelar a cada anarquista según una ética propia, y no en relación con una jurisprudencia abstracta, abarcadora y generalizable. La norma ética que orientaba tal construcción de persona era la siguiente: “vive como te gustaría que se viviera en el futuro”

El anarquista, por su alto valor ético, siempre se ha visto como un hijo del pueblo, de ahí el título de sus himnos más conocidos, siempre han sido enjambres de resistencia del sentir popular. Los anarquistas siempre creen en las causas justas, pero no son religiosos, el misterio de la fe política siempre es balanceado por una sólida formación racionalista (incluso por momentos cientificista) y un gusto por la sensibilidad escéptica de tipo volteriana. El anarquista es un centauro, mitad razón, mitad impulso. De ahí que muchos grupos creaban decálogos para guiar su comportamiento ético  que les exigía firmeza interior. Para los anarquistas la organización de Ligas así como la fundación de periódicos era algo inaplazable en el pensamiento libertario. Nuestro autor señala ese proceso en el caso argentino, donde justamente el anarquismo llegó para quedarse. El anhelo por el inicio de un mundo nuevo era así adelantado- Auguste Blanqui numeraba los ejemplares de uno de los tantos periódicos, Ni Dieu ni Mitre, siguiendo el calendario jacobino, y en la Argentina el periódico La Montaña, fundado por Leopoldo Lugones, José Ingenieros y Macedonio Fernández, era fechado a partir de los años transcurridos desde la comuna de París. En esos casos, se enfatizaba que el tiempo, aun siendo irreversible, era desviable a favor. A sí mismo los sindicatos solían repartir entre sus afiliados almanaques y calendarios revolucionarios en los cuales el santoral y las efemérides estatales eran reemplazados por los hechos de la historia del movimiento obrero y por las fechas de nacimiento de revolucionarios o benefactores de la humanidad

Decir la verdad siempre es costoso, pero en su caso era imprescindible: combatir la arbitrariedad de los gobiernos, denunciar el maltrato de patrones y “cosacos”, registrar y testimoniar la persecución a sindicatos y protestas populares. Estas verdades “excesivas” encajaban golpes proporcionales. Los asesinatos políticos de organizadores anarquistas de sindicatos fueron comunes en España de 1920 y en toda Latinoamérica. De la Argentina se deportaba  (ley de residencia de 1902), de Brasil se los expulsaba como “indeseables”, o recibían largas condenas cumplidas en la selva amazónica, cerca de las Guayanas), confinamientos en Siberia o en islotes italianos, o en las posesiones coloniales españolas y portuguesas en África, o Nueva Guinea francesa. Todos estos sucesos eran denunciados en los periódicos a través de las Ligas anarquistas que desplegaba gran influencia sobre la acción sindical, sobre el sentimiento popular y en sectores de la opinión pública “ilustrada”. Las ideas ácratas operaron como movilizador político y antropológico de un desorden fértil y como fustigador de las fuerzas de la tradición y el estatismo. Las vidas anarquistas en sí mismas, que siempre oscilaron entre el color tenebroso y el aura lírica, constituyeron un modelo moral que atrajo interminablemente a las energías refractarias de sucesivas oleadas de jóvenes. Los ateneos, bibliotecas populares y publicaciones no solo permitían reunir a la comunidad anarquista o expandir la palabra libertaria entre los obreros, también hacían sentir la influencia entre sectores de la pequeña burguesía intelectual, lográndose capturar simpatizantes de ese sector  para la causa caso  González Prada en Perú, el uruguayo Florencio Sánchez.

Decir la verdad siempre es costoso, pero en su caso era imprescindible: combatir la arbitrariedad de los gobiernos, denunciar el maltrato de patrones, registrar y testimoniar la persecución a sindicatos y protestas populares. Estas verdades excesivas encajaban golpes proporcionales. Los asesinatos políticos de organizaciones anarquistas de los sindicatos fueron comunes en la España de 1920 y en toda Latinoamérica. Esa supervivencia no equivale al rebrote del insípido jardín bien ordenado, sino la  urticaria somática en un cuerpo que ha sido una y otra vez persuadido de doblar la cerviz o descargar sus malestares en espacios previamente delimitados al efecto. En tanto y en cuanto perdure el malestar, el anarquismo podrá resurgir como retorno de lo que ha sido mal reprimido. El demonio rojo y el judío errante han sido los emblemas grabados a fuego en la historia anarquista. También lo han sido el ave fénix y Lázaro redivivo.

El anarquismo en la Argentina

Por los cuatro puntos cardinales de la Patagonia entraron cuatro hombres significativos de ideas antagónicas  a finales del siglo  XIX.  Por el norte, el general Julio Argentino Roca al mando de un ejército; por el sur, el anarquista Errico Malatesta junto con otros cuatro compañeros de ideas; por el este, doscientos emigrantes galeses liderados por Lewis Jones.

A mediados del siglo XIX  La Patagonia era sinónimo de territorio desconocido, gigante, semidespoblado y nunca mensurado. Era el mundo exclusivo de los Tehuelches y Mapuches y circulaban leyendas improbables sobre el dorado. Era “la tierra” tal como la llamaban los mapuches, sus pobladores primigenios. Sólo algunos pioneros y los eternos ropavejeros que comerciaban con los indios conocían los senderos interiores. El único gobernante de la Patagonia en el siglo XIX era el viento, cuyas borrascas fogosas alcanzaban 120 kilómetros por hora.

Hacia  1878, el gobierno argentino comenzaría la ocupación final de la Patagonia mediante un movimiento militar al cual se llamó oficialmente “la conquista del desierto”, es decir la subordinación de los sueños originales al Estado argentino. Para acabar con “el problema del indio”, se enviaron tropas al mando del ministro de guerra Julio A Roca, cuya misión consistía en traspasar la línea de frontera establecida décadas antes y sembrada de fortines, a fin de derrotar de forma drástica y definitiva a las tribus ranqueles, pehuenches, pampas, mapuches y huiliches.


Ferrer.


El anarquista

Errico Malatesta desde joverncitpo mostró su malestar con el orden establecido, comenzó a mostrar esos síntomas libertarios, cuando apenas con catorce años de edad, escribiera una carta insolente y amenzante dirigida al rey Vittorio Emmanuele II. Luego de la insurrección de París, en 1871, adhiere a las ideas de la internacional y con 17 años viaja a suiza a fin de conocer al “apóstol de la anarquía” Mijail  Bakunin, cuando se menciona a Bakunin no puede olvidarse aquellas palabras de su compatriota, el poeta simbolista Alexander Block. No cantaba sino que rugía a través de Europa entera, “aullaba como un esturión”, grandioso y repulsivo, típicamente ruso. Malatesta en adelante se transformó en uno de los revolucionarios más famosos de su tiempo. Editó el periódico La Questione Sociale, primero en Florencia, entre 1883 y 1884, luego en Buenos Aires, en el tiempo transcurrido entre 1885-86  y el fin en Nueva Jersey, en 1899 a 1900, organizó grupos de compañeros, fundó sindicatos, editó publicaciones, lideró revueltas, escribió algunos libros breves, y sobre todo procuró unir a la “familia anarquista“ y salvarla de las tendencias centrífugas. Con el tiempo editaría también los periódicos L¨Associazione, L´agitazione , Volonta, Umanitá Nova y Pensiero e Voluntá

Era el año 1885. En Buenos Aires se conecta con anarquistas italianos nucleados alrededor del círculo Comunista Anárquico, y casi inmediatamente reinicia la publicación de la Questione Sociale, que se repartiría gratuitamente y de la cual se editaron 14 números. En esta ciudad trabajó primeramente como mecánico electricista en el taller de su compañero Francesco Natta, y luego en la elaboración de vinos. Permanecerá en Argentina hasta 1899. Durante toda su vida, cuya mitad transcurrió en cárceles, exilios y confinamientos domiciliarios, Malatesta se destacó por su sentido práctico y su capacidad organizativa y publicitaria. Nunca fue un soñador: siempre creyó que la voluntad humana era más importante que la inevitabilidad histórica de la revolución y que ninguna acuñación utópica podía sustituir al análisis preciso de las coyunturas históricas. También se internó en la Patagonia

Pero la libertad geográfica perfecta, que es polar, la naturaleza no le es propicia. Promover el lirismo de la libertad expedicionaria o la nostalgia de los pioneros y otros hombres de frontera resultan inconducente, pues estos ejemplos sirven de algo, es para pensar el impulso centrípeto de los últimos cien años, es decir la creciente mengua de la capacidad humana para anhelar e imaginar libertades.

¿Qué hacían cuatro anarquistas cavando en ese desierto? Malatesta había liderado un par de revueltas fracasadas en Italia  que, previa destrucción de símbolos y nóminas fiscales, lo forzaron a huir al destierro. En Buenos Aires, al principio, había intentado impulsar la acción gremial con pobres resultados. Era aún un hombre joven, desde luego de acción, todavía no hablaba bien español y además varado en un puerto lejano, no era conveniente su retorno a Europa, por tanto otra aventura más no le venía mal por tanto se embarcó en busca de El Dorado con  la idea peregrina de  de financiar una imponente revolución mundial con lingotes patagónicos. Las aventuras auríferas del siglo XIX cobijaron a numerosos utopistas. A  la fiebre del oro de California acudieron no pocos fugitivos de la frustrada revolución francesa de 1848. Pero la fiebre del oro de los anarquistas italianos duraría muy poco. En 1888 participaría en una huelga de panaderos del país, que duró diez días, y terminó en triunfo, un año después, parte para Europa, donde más adelante lideraría el movimiento anarquista italiano, luego de sufrir incontables días de cárcel en muchos países. Cuando murió, en 1932, hacía años que sufría arresto domiciliario impuesto por Mussolini.

Sobre esta quimera del oro. Oro y fiebre son siameses inseparables. Produjo películas, novelas… La quimera del oro, la película del comunista Charles Chaplin sobre el rush del oro en Yukon, y el libro del anarquista B. Traven ( Rett Marut) El tesoro de la sierra madre, del cual John Houston dirigió su versión, son dos indagaciones desoladoras sobre el delirio provocado por esa droga en polvo. Muchos de los que peregrinaron al Yukon murieron de hambre durante la travesía al norte helado y los que allí se quedaron debieron retornar al antiguo oficio de la caza y el comercio de pieles.

Roberto Arlt debió haber escuchado la historia del fracaso de la expedición de Malatesta, que en su madurez sería conocido como “El Lenin de Italia”, nunca se enteró de que su anécdota biográfica, sería integrada a la novela Los siete locos, probablemente trasmutada bajo la forma de un personaje que se propone financiar la revolución mundial con una cadena de prostíbulos.

Sobre lo inasimilable del anarquismo

En cada comarca del mundo por pequeña que sea alguien levanta la voz y se revela anarquista. Al respecto vuelve Ferrer a espiritualizar dicha existencia:  


Esta solitaria e insólita presencia debe ocultar un significado que trasciende el orden de la política, del mismo modo en que la dispersión triunfante de las semillas no se resume en mera lucha por la supervivencia de un linaje botánico. Quizá la evolución “anímica” de las especies políticas se corresponda con la sabiduría del esperjamiento seminal en la naturaleza. De igual manera las ideas anarquistas nunca se orientaron según los métodos intensivos de la “implantación” ideológico-partidaria: se desperdigaron siguiendo las ondulaciones inorgánicas de la hierba plebeya.

Un saber construido a mediados del siglo XIX logró ampliarse y levantar velas sobre una base endeble, no más que un grupo de personas implantadas en Suiza, Italia y España, hasta llegar a ser conocida en casi todo lugar habitado de la tierra.

Cada cosecha desdeña una suerte de “inconsciente político”, punto ciego y centro de peligro que no admite ser pensado por un pueblo, y los lenguajes que tratan de entender en esa zona son tratados como irreverentes. El anarquismo fue la astilla, el irritador, la piedra en el zapato, pero que a través de dichos intrusos se conoció el secreto de la soberanía. El anarquismo acogió los interrogantes últimos asociados con el poder, fue el cráter de la política por donde manaron respuestas radicales al problema.

A toda palabra se le evoca como objeto de museo pero también se la degusta como un fruto recién arrancado de su rama. En el acto de nombrar, nos dice Ferrer:

...un equilibrio sonoro logra que en la rutinaria osificación de las palabras se evidencie un resto alentador. El anarquismo, que ha intimado con ese equilibrio por mucho tiempo, se debate ahora entre ser tratado como resto temático por la paleontología historicista y su voluntad de seguir siendo una rama de la ética (una posible moral colectiva) y una filosofía política vital.
El anarquismo, pensamiento anómalo, representa “la sombra” de la política, lo inasimilable. Y el anarquista, ser improbable, aun existiendo en cantidades demográficas casi insignificantes, asume el destino de ejercer una influencia de tipo radial, que muchas veces pasa inadvertida y otras se condensa en un acto espectacular. 

Esto lo puede lograr el accionar anarquista mediante una variedad de recursos como: humor paródico, temperamento anticlerical, actitudes irreductibles de autonomía personal, comportamiento insolente, impulso de la acción política a modo de contrapotencia: acompañadas de una teoría que radicaliza la crítica al poder hasta límites desconocidos antes de la época moderna. Su imaginería impugnadora y su impulso crítico se nutren de una gigantesca confianza de las capacidades creativas de los animales políticos una vez liberados de la geometría centralista, concéntrica y vertical.

El libro termina con una visita al parque Rivadavia en una suerte de visita heráldica y nobiliaria de lo que sería el devenir anarquista a  través del uso de ciertas monedas y billetes hallados en el parque Rivadavia, da cuenta de los siguientes hechos: 

En 1416, nueve años después de la llegada del primer grupo de zíngaros a Alemania, se dictó la primera ley antigitana, se establecerían  47 más solo hasta 1774, algunas tan permisivas que permitirían matarlos donde se los encontraran precia violación de las mujeres. Evolución aséptica: las mujeres gitanas serían las primeras en ser esterilizadas en Dachau, en el verano de 1936.

En Cataluña,1937, la compañía internacionalista Chevchenko estaba formada por unas decenas de sobrevivientes ucranianos del ejercito anarquista  de Nestor Makhno que había cruzado en 1921 la frontera ruso-rumana a caballo. En 1945 cuando bajaban  sus armas en Languedoc, todavía conservaban moneda revolucionaria acuñada por Makhno en 1924.A Buenaventura Durruti antes de que este fuera encarcelado en la celda que en otra época se asignara a María Antonieta. Todas estas razas hoy extinguidas, especímenes de un arca que nunca encontró su Ararat, eran testigos y portadores de utopías amonetarias: en las comunidades catalanas o en las brigadas partisanas se experimentaba con numismática de nuevo cuño. George Owell recuerda que cuando llegó a Barcelona en 1936 el sindicato de mozos había prohibido las páginas.

La numismática fascista, en cambio, suele acabar en sórdidas galerías de la calle Lavalle o en el parque Rivadavia, porque nadie quiere la compañía espectral y amenazante de objetos siniestros o de recuerdos dolorosos.





PdL