Soy una oquedad que clama por ser una totalidad


Este año, la Universidad Central y su nueva maestría en Creación Literaria, inauguran el Primer Seminario Internacional de Autor con la visita de J. M. Coetzee, Premio Nobel de Literatura en 2003 y uno de los autores más relevantes de las letras contemporáneas. Aquí una reseña a propósito de su visita.

Por Celedonio Orjuela Duarte


En medio de ninguna parte
J.M. Coetzee
Editorial  Mondadori
190 Páginas
2003


De los premios nobel de los últimos años J.M Coetzee es quizá uno de los escritores que más ha mantenido una mirada crítica frente a los regímenes totalitarios de antes y después de la guerra fría, esto lo despliega en sus libros de ensayos como quien analiza el fenómeno de manera Erasmiana, como él mismo lo sugiere en su ensayo Erasmo: locura y rivalidad, inserto en su libro Contra la Censura. Ensayos sobre la pasión de silenciar.

Aquí me ocuparé de pincelar un cuadro alrededor de su segunda novela En medio de ninguna parte, saga que transcurre en el ambiente rural de su querida Sudáfrica, en cualquier granja de esas inmensas planicies. Allí en una casona, como en una obra teatral de Genet, se mueven inicialmente dos personajes el padre y Magda su hija. En una segunda parte de la historia, cobran relevancia Hendrik y Anna, personajes que se desplazan de manera lenta en la casona como locación principal. La historia se desarrolla en tiempo presente con contados diálogos, haciendo más bien que a través del monólogo, técnica narrativa que Coetzee introduce directamente en la vida íntima de Magda sin intervenir con comentarios y explicaciones, se precipite hacia la naturalidad de las desgracias humanas. Bajo  la apariencia de una fluidez espontánea, se crea la ilusión de un discurso inconsciente y a veces dislocado en el sentido en que buena parte de ese monólogo no pueda al parecer ser pensado por una mujer, así sea blanca en un continente negro y en pleno apartheid.  Así habla, por ejemplo, de su condición de  mujer:

alguien debería hacerme mujer… soy una niña avejentada, una niña vieja y siniestra y repleta de jugos podridos…alguien debería abrir en mis carnes un agujero para que manasen todos esos jugos viejos y estancados…

Los personajes cobran toda la fuerza que podría darle varias escenas dialogadas, esas que tanto exigían en tiempos pasados los críticos de la novela, especialmente la latinoamericana. Lo importante del monólogo es que vaya conduciendo al lector en un in crescendo y por ende el personaje genere la tensión de la historia, y nos lleve a alguna parte y no se quede merodeando en la mera retórica, haciendo que a través de su fuerza introspectiva los diálogos dejen de ser imprescindibles, peroratas vagas y ‘llena páginas’, al igual que ocurre a ratos frente a la descripción física de los personajes en los que ciertos narradores se detienen hasta el narcisismo. Eso no existe en En medio de ninguna parte. La acentuación física de los personajes se va dando a través de los capítulos con una precisión tan compartimentada que al final de la historia podría el lector reconstruir el dicho, no tanto así su carácter por cuanto lo que pretende Coetzee es mostrar un estado feudal y desde luego aquí funcionan muy bien los arquetipos que se examinan tan a profundidad a través del monólogo de Magda y que pareciera que no se repetirían más en la historia de Sudáfrica.

Ya lo decíamos, la locación es una granja. Magda una solterona que escribe en su cuaderno sobre sus fracasos. Huérfana de madre desde niña, sometida a la indiferencia de su padre, un hombre autoritario y elemental, condenada a una cotidianidad de oficios domésticos, a una relación desposeída del lenguaje. Oigamos sus reclamos, espasmos y conjeturas:

Me creo y me regenero en las palabras que me crean y me regeneran, yo, la que vive entre los desposeídos sin haberme sometido a la mirada idéntica del otro… Enclaustrada en mi habitación, soy la bruja loca que estoy destinada a ser… me quedo boquiabierta pues nada acontece nunca en la granja; crujen y rezuman los tercos e irritados sentimientos de soledad que pertenecen a lo más seguro de la noche, cuando ronca el censor (su padre) en plena y enloquecida danza marinera que bailo yo sola

La historia comienza con la llegada del padre después de su segundo matrimonio con otra campesina adolecente que lleva a la casona para que friegue los pisos y se distribuya el trabajo con Magda. Mientras esto ocurre, Magda se interna en un extenso y profundo monólogo dividido en capítulos numerados del 1 al 266, capítulos cortos, muchos de ellos se pueden leer como poemas  en prosa, es tan condensado su lenguaje que el personaje apenas es una pretexto para reflejar el dolor y la miseria de unos personajes encarcelados por un régimen totalitario condenado a sus costumbres y su abandono, uno de los centros históricos que confirman con contundencia lo que fue el apartheid, un sistema segregacionista, xenófobo y colonial que hace algo más de una década se eliminó.

Aunque el entorno sea costumbrista, reflejado en esas soledades montaraces de los personajes que rodean a Magda, la novela no se queda en el mero cuadro de costumbres y ese padre avaro, al estilo de Moliere o Stendal, traspasa los ambientes rurales. El logro de tal trascendencia es la escena patética del parricidio y el entierro de Bass en lo que fuera la madriguera de un puercoespín, sin un asomo de lágrimas, ni actitudes patéticas (quizá un poco la cobardía pues Hendrik y Anna huyen de la escena); Magda termina la faena como quien entierra cualquier cosa.

Al parecer Coetzee espera enterrar el régimen feudal que tanto atormenta a Magda –con Bass, el padre–, según se desprende de sus monólogos. Hendrik y su mujer de todas maneras se quedan,  él  cuidando las ovejas y Anna fregando pisos, seres que en algún momento de la novela  envuelven la historia en esas introspecciones:

…otra concepción bien distinta de mí, que rebrilla tentativamente en alguna zona de mi oscuro interior: en ella aparezco como una vaina, matriz, protectora de un espacio interior vacío. Me desplazo por el mundo no como una hoja de un cuchillo que hendiese el viento, ni como una torre provista de ojos, que es el caso de mi padre, sino como un agujero, en torno al cual se conforma un cuerpo, las dos piernas combadas cuelgan desmadejadas de la parte inferior y los dos brazos huesudos aletean en los costados, mientras la cabeza, grande, oscila encima. Soy una oquedad que clama por ser una totalidad.

La novela es un canto a la soledad desde la poesía. En algún momento de sus introspecciones, el personaje se reconoce como tal: una suerte de poeta que loa la soledad… “y la ausencia, una ausencia, dos ausencias, tres ausencias, cuatro ausencias. Mi padre crea la ausencia. Allí donde vaya deja la ausencia tras de sí. Sobre todo la ausencia de sí mismo, una presencia tan gélida, tan siniestra, tan remota, que en sí misma es una ausencia, una sombra movediza que hace nacer el añublo en mi corazón”.

En esa suerte de delirio que es el monólogo de Magda, encontramos todas las facetas por las que pasa una mujer condenada por el Estado, por la familia, el abandono, el amor. Estos asuntos los va tratando a través de su propia autodestrucción, si es que se puede decir así, por cuando Magda ya es un ser destruido, es quizá, como lo dijera Trakl, un no nacido. A veces brotan asomos de sensibilidad en un ser que nunca tuvo afecto, una mujer lejos de algún referente consanguíneo, más allá de su padre.  

El título de la novela nos anuncia eso, personajes de ninguna parte, seres desarraigados casi más cercanos a la manada de ovejas que pastorean en la granja que a los otros seres humanos (véase aquí la sexualidad entre Magda y el negro, un amor animal, lejos de los preámbulos verdaderamente humanos que justifican la copula). Magda la reclusa, la solitaria, la loca, trata de sentirse humana en su cuaderno de notas:

Esto es lo que  tenía que haber sido, una poetisa de la interioridad, una exploradora de la interioridad de las piedras, las emociones de las hormigas, la conciencia de las partes pensantes del cerebro. Parece ser la única actividad, si se exceptúa la muerte, para la cual me ha adaptado  la vida en el desierto.

Magda adhiere al territorio de la soledad con su buena dosis de delirio, en ese estupendo monólogo que muchas veces rosa lo dramatúrgico genetiano en un escenario carcomido por el cansancio de unas costumbres en vías de extinción, a través del parricidio como respuesta simbólica del fin fallido. Por ello, al encontrarnos con la protagonista de ese intenso y bien labrado universo de un personaje que por momentos asfixia, no renunciamos hasta el final:

He pronunciado mi vida entera con mi propia voz, … he elegido en todo momento mi propio destino, que no es otro que morir aquí, en este jardín petrificado tras las cancelas y las puertas cerradas a cal y canto, cerca de los huesos de mi padre, en un espacio donde resuenan los ecos de los himnos que podría haber escrito…

PdL