| Por Andrés Gómez Morales |
Vida
Memorias de Keith Richards
Editorial Peninsula
Barcelona, 2010
518 páginas
A mediados de la década de los setenta, encabezando las apuestas de quien moriría luego de que Brian Jones, Janis Joplin y Jim Morrison entraran al panteón de los bellos y malditos mártires del rock, se encontraba Keith Richards seguido muy de cerca por Lou Reed. Los apostadores –se sabe hoy a 50 años después del primer toque de los Stones y a menos de un año de que Reed afinara su guitarra con los metaleros por antonomasia– perdieron y pudo más la excesiva persistencia roquera que el sentido común. Lou Reed sigue contando el cuento y su pasado de irredento travesti yonqui que canta el lado salvaje de la vida ya es leyenda. Hoy puede vérsele todas las mañanas en el Central Park haciendo Tai Chi junto a un termo con manzanilla.
En la vejez no se puede distinguir la línea entre el santo y el libertino, aunque hay algunos casos excepcionales en los que vivir bajo la propia ley no desemboca en una muerte prematura: el caso de Keith Richards.
El guitarrista de los Rolling Stones sigue sosteniendo el riff que le ha permitido guardar el equilibrio entre la vida y la muerte. Por eso la autobiografía de Keith Richards no podía titularse de otra manera que Life, simplemente Vida, como un aviso de que el diablo sabe más por viejo que por diablo. El libro que fue uno de los mejores publicados en 2010 y que le hizo merecer a su autor el premio Norman Mailer, parece menos un best seller que la afirmación de una voluntad a contracorriente. Pero la actitud resabiada de Richards no sorprende, la música, los discos de los Rolling Stones ya dan cuenta de que la persistencia en una mala disposición al final se resuelve en un estilo. Lo que realmente sorprendente es descubrir un estilo literario, una voz propia, en las páginas que conforman las memorias del más pasado de los Stones. Por momentos pareciera como si Mr Hyde tuviera un espasmo de razón y sus gruñidos se articularan coherentemente en el lenguaje escrito.
Es cierto, sobre los Rolling Stones ya se ha dicho todo, su historia ha sido documentada desde el periodismo más amarillista hasta desde la perspectiva sociológica. Las anécdotas que aparecen en el libro como flashbacks de un chamán en trance ya son ampliamente conocidas: que podía pasar 9 días seguidos sin dormir, pero cuando su cabeza caía sobre la almohada componía en sueños melodías para que Mick Jagger improvisara sobre ellas; y que quizás por eso, porque sus riffs surgen entre el profundo sueño y la extrema vigilia, cada vez que tocan Satisfaction o Jumpin’ Jack flash en vivo, Keith siente que se eleva unos centímetros sobre el escenario. Todo eso ya lo sabíamos, lo que le da otro sentido a estas anécdotas es el fraseo del protagonista:
Levitation is probably the closest analogy to what you feel — whether it’s ‘Jumping Jack Flash’ or ‘Satisfaction’ or ‘All Down The Line’ — when you realize you’ve hit the right tempo and the band’s behind you. It’s like taking off in a Lear Jet.
Son 15 capítulos compactos los que recrean la Vida de Richards, cada uno precedido por un breve resumen como si se tratará del Tristam Shandy. El prólogo es un viaje —junto a Ronnie Wood a bordo de un flamante Chevrolet Impala amarillo cargado de drogas— por una autopista del cinturón bíblico de Arkansas en tiempos de Nixon; una sucesión de acciones ingenuas los lleva a terminar capturados por la policía y luego puestos en libertad por un juez borracho. El gruñido de Richards narra la situación con desenfadada ironía:
Why did we stop at the 4-Dice Restaurant in Fordyce, Arkansas, for lunch Independence Day weekend? On any day? Despite everything I knew from ten years driving through the Bible Belt…
Desde el principio el libro engancha como si se tratara de relato beatnik, pero no se queda ahí. El tono cambia en los dos siguientes capítulos que podrían entrar a la categoría de building roman o considerarse como el retrato de un artista adolescente, guardando las proporciones con Joyce o Dylan Thomas. Datfort el suburbio industrial inglés rodeado de manicomios y deprimido por la guerra es el escenario donde Richards se presenta como el hijo único de una pareja de obreros que buscan su lugar en el mundo bajo la amenaza constate de los bombardeos, mientras él, a su vez, tiene que lidiar con los bullies de su colegio. El abuelo materno, Gus, un saxofonista típico de la era el jazz de los años treinta aparece como el desencadenante de la vocación musical de Keith. Le enseña las bases en una guitarra acústica española donde aprende la canción Malagueña:
He said, “Play ‘Malagueña’, you can play anything. ‘By the time he said, ‘I think you’re getting the hang of it’. I was pretty happy. Claro, después se pone en frecuencia con la Radio Luxemburgo y los sonidos de Buddy Holly, Eddie Cochram, Little Richards y Presley para volarse la cabeza: That was Elvis Presley, with ‘Hearbreaker Hotel’. Shit!
Así, un Richards de 15 años envenenado por los sonidos eléctricos de la radio, sale al encuentro de su primera guitarra una Roseti, un regalo que su madre Doris pagó con creces al ver a su hijo renunciando a las opciones que le ofrecía la sociedad para convertirse en una persona respetable. Abstraído en la música, Keith salta del colegio a la escuela de arte, lugar donde llegaron personajes como Eric Clapton y Jimmy Page que al igual que Richards no tenían claro lo que querían en la vida aparte de expresarse a través de la música. Allí, en la escuela de arte se respiraba un ambiente libre y relajado:
It was a pretty lax routine. You did your clases, finished your projects and went to the john, where there was this little hangout-cloak-room, where we sat around and played guitar…
El mítico encuentro con Mick Jagger es precedido por el descubrimiento de la música de Chuck Berry y Muddy Waters, cuya mezcla es la base de los Rolling Stones. Antes de coincidir en la estación del tren de Datford como en el cruce de caminos que Robert Johnson vende su alma al diablo, Jagger y Richards se habían cruzado sin mostrar ningún interés el uno por el otro. Bastó que Richards reconociera el Rockin’at the hopes de Chuck Berry grabado bajo el legendario sello Chess Records y el The best of Muddy Waters bajo el brazo de Jagger para que cayera sobre el futuro cantante de los Stones como sobre una presa gritándo: Where the hell did you get this? Lo demás es historia y se revive a lo largo del libro, el punto es resaltar como la figura actual de Richards se va prefigurando como en una novela de iniciación, pues página a página el guitarrista va describiendo detalladamente cada elemento que lo ha llevado a ser lo que es. Cada bluesman con el que se reconoce en el camino de Elmore James a Jimmy Reed tiene crédito en su Vida que como la de cualquiera se resuelve más en las afinidades que en la aceptación prematura de una finalidad prefijada de manera externa, como puede sentirse en su voz cuando se rehusa a trabajar en una agencia de publicidad luego de dejar la escuela de arte:
…That was my final attempt to join society on their terms. The second pink slip. I didn’t have the patience or the facility to be a hack in an adversiting agency. I was going to end up the tea boy. I wasn’t very nice to them in the interview. Basically I wanted an excuse to be thrown out on my own and thrown back on music. I think, OK, I’ve got two free years, not in the army. I’m going to be a good man.