Por Hellman Pardo
Andrés Neuman
Alfaguara (Santillana)
Páginas: 531
Madrid, 2009
Una iglesia que se dobla hacia adelante; una ciudad en medio de la nada de la cual parece imposible huir; un arcón donde cabe todo el conocimiento de la Europa del siglo XIX; un carismático perro cuyo dueño, un organillero, cambiará el destino de un traductor venido a menos; un enmascarado que aparece y desaparece por las calles cambiantes de Wandernburgo. El viajero del siglo (Premio Alfaguara de Novela 2009), contiene infinidad de relatos que se anudan magistralmente en una ambiciosa historia, y que va esbozando, con un agudo argumento, todos los cauces de la novela clásica con la narrativa contemporánea.
El tratamiento literario en El viajero del siglo es más propio de las técnicas usadas en los siglos XX y XXI. Existe un universo de monólogos que rememoran al Ulises de Joyce, Wandernburgo (que traducida al español resultaría algo así como Fuerte Errante), parece una ciudad imaginada por el mismo Kafka, y la estructura de los diálogos nos remite inmediatamente a Saramago. Como dice acertadamente el propio autor: “Todo un homenaje al siglo XIX desde el siglo XXI”. Vista desde un ángulo postmoderno, la novela resulta ser un collage: epístolas del más variado tono, progresión ensayística, poesía barroca, escenas de teatro, sensaciones musicales, historia de la Europa de la Restauración, montaje cinematográfico. Aproximadamente seis años le tomó a Andrés Neuman crear el ámbito de esta novela cuya avidez es notable. Dos años recorriendo la Europa central, sobretodo el país germano, para hallar tanto las caracterizaciones de los personajes como la atmósfera ideal. Dos años escribiendo el argumento de 531 páginas. Año y medio retomándola y corrigiendo cualquier descalabro que le resultase a lo largo y ancho del extraño viajero. Según descifra el argentino, para escribir El viajero del siglo se acercó a tres películas: Barry Lindon, de Stanley Kubrick, María Antonieta, de Lucía Coppola, y Retrato de una dama, de Jane Campion, basada en una novela de Henry James.
El tratamiento literario en El viajero del siglo es más propio de las técnicas usadas en los siglos XX y XXI. Existe un universo de monólogos que rememoran al Ulises de Joyce, Wandernburgo (que traducida al español resultaría algo así como Fuerte Errante), parece una ciudad imaginada por el mismo Kafka, y la estructura de los diálogos nos remite inmediatamente a Saramago. Como dice acertadamente el propio autor: “Todo un homenaje al siglo XIX desde el siglo XXI”. Vista desde un ángulo postmoderno, la novela resulta ser un collage: epístolas del más variado tono, progresión ensayística, poesía barroca, escenas de teatro, sensaciones musicales, historia de la Europa de la Restauración, montaje cinematográfico. Aproximadamente seis años le tomó a Andrés Neuman crear el ámbito de esta novela cuya avidez es notable. Dos años recorriendo la Europa central, sobretodo el país germano, para hallar tanto las caracterizaciones de los personajes como la atmósfera ideal. Dos años escribiendo el argumento de 531 páginas. Año y medio retomándola y corrigiendo cualquier descalabro que le resultase a lo largo y ancho del extraño viajero. Según descifra el argentino, para escribir El viajero del siglo se acercó a tres películas: Barry Lindon, de Stanley Kubrick, María Antonieta, de Lucía Coppola, y Retrato de una dama, de Jane Campion, basada en una novela de Henry James.
Otra fuente para la elaboración del argumento parece ser el francés Stendhal, ya que una de las principales historias, la construida entre el amor de Hans y Sophie, nos remite sin señal de equivocación a aquellos pasajes de la célebre novela Armancia. De allí se desprende la fábula de las ideas que pretende el argentino, armado sagazmente en la novela a manera de salón literario, donde se discute economía, historia, filosofía y política de la Europa decimonónica, que nos recuerda a La Guerra y La Paz, de Tólstoi.
En El viajero del siglo se entrevé una progresión en la narrativa de Neuman, a pesar de contar con tan solo 32 años: ya no es el Demetrio Rota cuya aflicción por la vida deja un hálito de desesperanza en Bariloche. No es Jacobo que vuelve a retomar un pasado completamente desconocido para sus ojos, en la novela, Una vez Argentina. Esta vez nos presenta a Hans, aquel hombre al que le cuesta permanecer en un solo lugar, un nómada que encuentra por primera vez una razón, o quizá varias razones, para detenerse y contemplar su futuro en Wandernburgo.
Dos años recorriendo la Europa central, sobretodo el país germano, para hallar tanto las caracterizaciones de los personajes como la atmósfera ideal. Dos años escribiendo el argumento de 531 páginas. Año y medio retomándola y corrigiendo cualquier descalabro que le resultase a lo largo y ancho del extraño viajero. Según descifra el argentino, para escribir El viajero del siglo se acercó a tres películas: Barry Lindon, de Stanley Kubrick, María Antonieta, de Lucía Coppola, y Retrato de una dama, de Jane Campion, basada en una novela de Henry James.
El viajero del siglo se semeja a ese viento que nos acaricia levemente, casi imperceptible, pero que, una vez anidado alrededor nuestro, permanece íntegro y sosegado, o, quizá, El viajero del siglo sea, como se describe en las últimas páginas de este maravillosos libro, “un viento que corre por todas partes, que se estira y se catapulta, haciendo tirabuzones, precipitándose sobre los techos, las escalinatas, tropezando en las bancas, es una corriente interior que se queda, inmóvil, es un viento que no quiere irse”.