La física del futuro
Michio Kaku
Debate
Bogotá, 2011.
527 páginas.
La razón por la que Roger Scholl le propuso a Michio Kaku pasar de la física dura al jabonoso juego de adivinar el futuro, es solo mercantil: los editores se devanan los sesos para sugerirle ideas a sus autores best-seller. Ese es su trabajo, es lo que ellos hacen cuando no tienen la engorrosa tarea de rechazar las obras de impertinentes y anónimos autores. La razón de Kaku es un poco más cándida: el deseo de compartir su visión del futuro. Más allá de las razones, la osada obra tiene el mérito, según su propio prólogo, de superar a los intrusos y profanos que han intentado adivinar el futuro sin tener un conocimiento directo de la ciencia en sí misma.
Y es que la ciencia tiene, según la camada actual de físicos rock star, todas las respuestas, incluyendo la lectura del futuro. Stephen Hawking ha firmado el certificado de defunción de la filosofía: el misterio del ser, la comprensión del mundo en que nos movemos, el comportamiento del universo, la naturaleza de la realidad, la necesidad de un Creador… han pasado a ser simples asuntos de la física. Los científicos son los portadores de la antorcha de la verdad. Feynman y la teoría M han sustituido a todos los dioses.
Pero parece que los físicos se han enamorado de su propio zepelín. Han tomado demasiado en serio sus teorías y descubrimientos. Según nos cuenta Umberto Eco, era lógico pensar que para poder volar se necesitaba un elemento más ligero que el aire, por ello se inventó al zepelín, pero pronto se descubrió que era un invento sin porvenir ¿Cómo estar tan seguros del universo y su futuro? Con que una partícula viaje más veloz que la luz, todo el andamiaje se viene abajo, y a comenzar de nuevo.
La visión Kaku sobre el futuro de la humanidad se acerca mucho a la utopía consilience de E.O. Wilson, en donde todo lo que estamos aprendiendo de nosotros mismos y del Universo encajará algún día en una visión única y holística, que abarcará todas las filosofías antigua y modernas, todas las artes y ciencias y todos nuestros sentimientos. Olvidando, sin embargo, que la historia y el universo tienden celadas en cada esquina.
Kaku se propuso la tarea de predecir cien años, enfocándose en cómo la ciencia determinará el destino de la humanidad y de la vida cotidiana. Desarrolla esta titánica faena consultando no solo a la crema sino también a la nata de la inteligencia mundial: desde los premios Nobel Harvard, los sesudos de la NASA y el MIT, hasta los sabelotodo de la universidad de Melbourne, en la lejana Australia, cuidándose de no pasar por ningún instituto tercermundista.
En materia de cómputo predice el final de la ley de Moore, según la cual la potencia de nuestros ordenadores se duplica cada 18 meses. La razón es la limitación del silicio como material de sostén, cuyo grosor mínimo posible sería de unos 30 átomos, pues una magnitud menor sería literalmente achicharrada por la luz ultravioleta con que se realiza el grabado. Una posible opción planteada, para continuar haciendo a los computadores cada vez más potentes, serían los transistores hechos de átomos individuales, como el grafeno. Este tipo de ordenador sí puede representar el límite definitivo, pues si se intenta algo más pequeño intervendrían las leyes de la mecánica cuántica, como el principio de incertidumbre de Heisenberg. No obstante, los ordenadores cuánticos, que utilizarían «qubites» en vez de bites, es una propuesta aún más ambiciosa y, tal vez, definitiva.
En el futuro lejano, sin embargo, Kaku cree que la ciencia pueda crear el santo grial de todas las herramientas desde la prehistoria: el replicador. Se trata de una máquina, que ensamblando molécula a molécula, es capaz de crear cualquier cosa. Sería no solo el logro supremo de la ingeniería y la técnica, sino la demostración definitiva de que la ciencia puede reemplazar a las fuerzas políticas y constituirse en el factor determinante de los cambios sociales.
Ya nadie necesitaría comprar nada, lo cual significaría «a cada quien según sus deseos», un ideal universal más elevado que el del comunismo «a cada uno según su necesidad».
Pero no se hagan ilusiones, Michio Kaku no es un comunista científico de avanzada, por el contrario, está más cerca de Fukuyama que de Marx, pues vaticina el advenimiento de un capitalismo perfecto, en donde el productor y el consumidor poseerían un conocimiento infinito del mercado, de modo que los precios estarían perfectamente determinados. Más aun, después del capitalismo perfecto sobrevendrán más dichas para la humanidad, pues escalará al último peldaño del edificio de la historia: el capitalismo intelectual, el cual supone al conocimiento como la mercancía más importante.
La meta final, no obstante, según nuestro gurú, es cumplir el sueño de John Lennon y de algunos más, de borrar las fronteras («Imagine there’s no countries») y lograr la transición de mayor envergadura de toda la historia de la humanidad: la conformación de una sociedad planetaria.
Sin embargo, el futuro es algo demasiado complejo para plasmarlo en 500 páginas. La ciencia, con suerte, tal vez pueda salvar a la humanidad del peligro nuclear, del calentamiento global, esquivar algunas rocas espaciales, sobrevivir al capitalismo salvaje y a las religiones, pero los posibilidades son infinitas ¿Si la mecánica cuántica es incapaz de determinar el lugar y la velocidad exacta de un electrón al mismo tiempo, como saber el comportamiento de billones de billones de billones de partículas que conforman al universo en un instante, y menos en los siguientes cien años?
Pese a su futurología intrínseca, el objetivo real de la obra no es el futuro sino las angustias y las expectativas del lector contemporáneo, como lo ha sido siempre para todas las obras de anticipación. El futuro en la ciencia ficción ha variado de acuerdo a los conocimientos científicos y a las creencias de cada época, solo hay que ver los ridículos uniformes de la tripulación de Viaje a las estrellas para confirmarlo. Lo más probable es que a la vuelta de cien años los conceptos y los postulados científicos actuales sean tan obsoletos como la cosmogonía copernicana, y el libro de Kaku como la camiseta del señor Spock. Eso si alguna religión fundamentalista no toma las riendas y suma a la humanidad en mil años de oscurantismo.