Por Mario Torres Duarte
No dudo en que este es un país de cafres como dijera alguna vez el maestro Darío Echandía. E incluso, esa opinión es muy liviana para lo que somos. Eso de no dar papaya, eso de aprovechar todo papayazo, es de veras aberrante. Y aberrante son las masacres, o los compatriotas que desaparecen a otros compatriotas, o el desplazamiento que le ha tocado a cientos de miles de colombianos, o las actuaciones de los paracos que quieren pasar de agache a punta de perdón y olvido, o los atentados de la guerilla, o las actuaciones de los políticos. Y aberrante es esa indiferencia social de presidentes que ocultan la realidad a punta de estadística. Hasta ganas dan de huir.
Ahora, no se qué pudiera pensar de Vallejo en caso de que se hubiera vuelto digamos que noruego, porque los argumentos sobre la mexicanidad del escritor me producen escozor. Y es que el escritor le da palo a Colombia para quedarse en el país que asesinó a Pancho Villa o que acogió a Trostky para luego matarlo a punta de 29 hachazos soviéticos sin ninguna protesta, al igual que aquí.
Un país con varios de los carteles de la droga más fuertes del mundo como el de Tijuana, al igual que aquí. Un país más grande que el nuestro, pero con una corrupción no menos grande generada por ese que no es partido revolucionario como el PRI, al igual que aquí.
Un país que permitió que el fundador de Los Legionarios de Cristo violara a decenas de niños sin que pasara nada, al igual que aquí.
¿Y qué tal su policía corrupta? ¿Y sus múltiples elecciones viciadas? Al igual que aquí.
Un país de masacres y asesinatos de estado, al igual que aquí.
Un país que produce el mayor número de telenovelas indignas del mundo, presentadas a toda la familia en horarios estelares y exportadas a países como el nuestro para darle argumentos a muchachitas pobres o arribistas que aceptan sin más un decente trabajo de prepagos, al igual que aquí.
Un país pendejo que se dejó quitar miles de kilómetros cuadrados de los gringos, al igual que aquí.
En lo que sí que no es igual que aquí, es que ellos son mexicanos a lo mero macho y nosotros ni siquiera sabemos que es eso de ser colombiano.
Y podemos seguir en ese pluricultural país de México con sus defectos, al igual que aquí; o con sus cualidades, que las tiene y son trascendentales, al igual que aquí.
Pero no importa, pienso en cómo Colombia maltrató al exitoso Vallejo.
Pienso en ese 55 o 60% de colombianos a los que los dueños del país han tenido sumidos en la pobreza absoluta, esos mismos colombianos fracasados y analfabetos a quienes el estado no ha dado la oportunidad de una vida mejor, esos colombianos de verdad que no han sido hijos de ministros como el escritor, ni hijos de senadores como el escritor, ni han tenido hermanos alcaldes como el escritor, ni ganan premios internacionales como el escritor, ni han tenido la oportunidad de estudiar dos carreras universitarias en colegios burgueses, como el escritor; esos a los que no se les ve la cara porque no la tienen; esos compatriotas que ni siquiera son dueños de los pocos metros cuadrados de su casucha de lata.
Pienso en lo maltratado de Vallejo y pienso en esos colombianos que no han tenido la oportunidad de renunciar a una nacionalidad impuesta, porque ni siquiera saben que la tienen.
Pienso en el desarrapado de Vallejo tratando de dormir –por que se le dio la gana– sobre la helada carrera séptima de Bogotá, y pienso en esos miles de colombianos (porque no se les da la gana) que duermen sobre calles menos famosas al lado de sus perros pues son sus hermanos, sin tenerle que restregar su familiaridad al animal cada vez que abren la boca.
Pienso en Vallejo que habla y escribe y se le escucha y se le lee, y pienso en esos millones de colombianos que hablan porque no saben escribir, y a los que no se les escucha, aunque se les escribe en unas estadísticas de Planeación Nacional para sacarlos de la pobreza a punta de Excel.
Pienso en lo desgraciado de Vallejo que escribe sobre lo que se le da la gana cuando se le da la gana y lo publica en donde se le da la gana; y pienso en esos millones de colombianos que salen –porque no se les da la gana– en los medios de comunicación, cuando otra desgracia diferente a su desgraciada vida los pone en primera plana a punta de derrumbes o inundaciones.
En fin, pienso en Vallejo y me da lástima lo mal que le han tratado en Colombia, y pienso en la pobre Colombia que nunca valoró al genio de Vallejo. Y pienso en los millones de colombianos para los que Méjico es un puteadero donde Verónica es la última adquisición colombo-norteña que canta rancheras aprendidas en alguna whysquería de la Caracas de Bogotá o de la Mafafa de Barranca.
Eso le pasa por fumársela verde a la mexicana. Si se la hubiera fumado fresca a la colombiana, hubiera tenido la mejor traba del mundo según Ringo Starr y estaría escribiéndose una novela del putas en vez de estar mariquiando con algo que nunca ha sido.