En lengua inglesa se transitan estas costas

John Maxwel Coetzee, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2003, será el invitado central de la decimosegunda Feria del Libro de Bucaramanga. J.M. Coetzee hablará con el escritor colombiano y ganador de los premios Alfaguara e Impac, Juan Gabriel Vásquez, en el segundo día de feria. El tema a tratar será la biblioteca personal de Coetzee, que consta de 12 clásicos de la literatura universal que lo han acompañado a lo largo de su vida. Este encuentro literario se llevará a cabo en el Auditorio Mayor ‘Carlos Gómez Albarracín’ de la Unab, el martes 26 de agosto a partir de las 10:00 a.m.


Por Celedonio Orjuela Duarte
                               
             

Costas extrañas
J.M. Coetzee
Editorial Mondadori
Barcelona 2010
363 páginas



Costas extrañas (2002) y Mecanismos internos (2007), libros de ensayos literarios de corte académico, como corresponde a la formación de Coetzee, que va desde traductor, escritor, profesor universitario, crítico, oficios ejercidos con  esmero –lo demuestran sus libros y en este caso sus ensayos, como parte de la producción  de textos reflexivos:  Contra la  censura (1996), Las vidas de los animales (1999)–, junto a estos dos  volúmenes que se fueron formando a partir de publicaciones hechas en distintos medios escritos, con nuevos aportes en cada uno de los autores que compendian el presente volumen, vertidos todos ellos al inglés, incluido Borges.

Costas extrañas arranca con la pregunta ¿Qué es un clásico? A propósito de una conferencia que dictara Coetzee sobre un discurso que también pronunciara T. S. Eliot ante la Sociedad Virgiliana en 1944 en Londres. El pretexto del poeta norteamericano, quien luego se afinca en Inglaterra, su fin residía en merecer el reconocimiento por parte de los ingleses y no ser visto como apenas un emigrante sino como lo que realmente es, un poeta clásico de la poesía universal. Eliot con el argumento de que la cultura occidental es una sola, y que el centro de dicha cultura es la Roma Imperial y claro, qué mejor ejemplo que la Eneida de Virgilio.
En esa visión de liderazgo lo corrige Coetzee:

Donde Eliot se equivocó fue en no prever que el nuevo orden estaría liderado desde Washington y no desde Londres, ni, por supuesto desde Roma…a Eliot le habría decepcionado que Europa Occidental evolucionase de hecho hacia una comunidad económica, pero más incluso que lo hiciese hacia la homogeneidad cultural.  



Pero más que esta reflexión en torno a Eliot, lo que interesa es entender la forma en la que Coetzee entiende lo clásico, y mucho más hoy en día que su valor semántico tambalea por el vapuleo de marketing editorial confundiendo a los mass media con cualquier prosista de sonajero. El argumento de Coetzee en este texto viene a través de una anécdota que le sucediera en su casa de Ciudad del Cabo cuando escuchó El clave bien temperado de Bach  para clavicémbalo. Allí sintió nuestro autor el primer impacto de un clásico. Bach fue bastante oscuro para su época, por tanto se fue olvidando rápidamente, ochenta años después lo reviviría Félix Mendelssohon, por cuanto su música no se publicaba y si acaso se tocaba en algunas salas de conciertos. En síntesis, para Coetzee un clásico es lo que sobrevive a la peor barbarie –retomando las palabras del poeta polaco Herbert  porque hay generaciones de personas que no se pueden permitir  ignorarlo. Por tanto Coetzee como crítico cierra el texto con esta importante exegesis:

Uno podría incluso aventurarse más lejos por este camino y decir que la función de la crítica viene definida por el clásico: la crítica es aquella que tiene la obligación de interrogar al clásico. Así pues, puede darse la vuelta al temor de que el clásico no sobreviva a los actos de desconocimiento de la crítica porque, antes que ser enemiga del clásico, la crítica –y, por su supuesto, el tipo de crítica escéptica–, puede ver lo que el clásico utiliza para definir y garantizar su supervivencia. Tal vez este tipo de crítica sea uno de los instrumentos de la astucia de la historia

En esta secuencia de lo clásico nos encontramos con Daniel Defoe y su famoso libro Robinson Crusoe. La primera discusión que nos propone el crítico Coetzee es si es un libro realista como toda la novelística del siglo XIX. ¿Es eso El Robinson Crusoe? Sobre esta obra que está en el imaginario colectivo más allá de su progenitor, no es del caso clasificarla como una novela realista, o lo es solo en la medida en que es empírica. Pero -nos dice Coetzee- Defoe es un suplantador, un ventrílocuo, e incluso un falsificador. Y ese en últimas es el sentido de sus obras.

Siguiendo en esa línea de sus maestros ingleses diserta sobre la novela Clarissa de Samuel Richardson y la versión cinematográfica hecha por la BBC , el típico fiasco de la literatura en el cine que lleva al fracaso en el sentido de destilar de forma exagerada a los personajes protagónicos de una historia hasta terminan por mostrarles de forma bastante plana, luego viene la pérdida total de los contenidos psicológicos y de entorno asistido de un actor o actriz que registra bien, pero lejos del verdadero carácter que llevan estos personajes de novela. Eso parece sucederle a Clarissa.

“[Coetzee] hubiera preferido una protagonista muy distinta para el papel principal femenino con el fin de que encajara en una interpretación diferente de su destino. Le hubiera dado el papel de una actriz que no hubiese sido simplemente atractiva sino, tal como expone Lovelace, de una “belleza que desgarraba el alma”.

Esta novela es la historia de una violación y desde luego lo que esto implica en la sicología femenina. Lovelace, su amante-violador, sugiere otras interpretaciones más allá del suceso, como quiera que: si la virginidad, el martirio y la santidad no tienen ningún significado religioso dentro del protestantismo, por qué son importantes para Richardson? La violación convierte en terrenal a la mujer y, concretamente, a la virgen que cautiva a Lovalece. Nuestro escritor, cita  a simone de Beauvoir:

La virgen parece representar la forma más consumada de misterio femenino, y, por tanto, su aspecto más perturbador y fascinante”.

De la estancia por la literatura europea, Coetzee reflexiona sobre los escritores holandeses Harry Mulish y Cees Noteboom, del primero y su novela Descubrimiento del cielo, saga de unas ochocientas cuarenta páginas, con una prosa de tono realista con ribetes fantásticos. El libro, por su extensión tiene unos apartados, arranca con una introducción, sesenta y cinco capítulos y epílogo, agrupados en cuatro partes con el nombre de ‘El principio del principio’, ‘El final del principio’, ‘El principio del final’ y ‘El final del final’. La primera mitad –todo el ‘principio’– trata sobre el encuentro de los protagonistas y la gestación del Enviado –Quinten–. La segunda mitad –todo el ‘final’–, narra cómo Quinten cumple su Misión.



 Escrito en estilo coloquial, el libro resulta tan grato como atractivo, abundantes sandungas, cavilaciones divertidas y algunas señas de fina ironía que sostienen el interés y hacen que la extensa historia atrape a lector.

Probablemente, la novela gana –dice Coetzee si no se permite que el concepto fundacional de El descubrimiento del cielo (que Dios está a punto de tirar la toalla) adquiere demasiada importancia, del mismo modo que no tomamos en serio la idea de que los papas han guardado en secreto las tablas de Moisés  desde la época de Constantino. El mito de Muslich según el cual la humanidad se ha entregado al Príncipe de las Tinieblas implica una lectura apocalíptica del decurso del siglo XX, una lectura que apenas se confirma en el retrato de la vida contemporánea que se ofrece en la novela.

El viajero y novelista Cees Nooteboom, quien ha sido traducido también al español, invitado al festival de poesía de Medellín; un par de veces lo escuché en la casa de Poesía Silva, no sale muy bien librado de la mano de Coetzee con su novela En las montañas de Holanda y en general en el  estilo de escribir sus libros, el crítico Coetzee lo considera:

“Alguien demasiado inteligente, demasiado sofisticado, demasiado urbano para ser capaz de comprometerse con los grandes espejismos del realismo y, sin embargo, demasiado poco angustiado por su destino –la expulsión del mundo de la imaginación realmente sentida– para ponerse a trabajar en una tragedia propia. Y para rematar con este viajero de las letras lo ve en El desvío de Santiago, como alguien que convencerá a otros miles de turistas americanos y británicos para que se pongan rumbo a otros destinos cada vez menos misteriosos, recluidos y desconocidos. Tanto si le gusta como si no, Nooteboom forma parte de la industria turística”.

En estas cavilaciones de algunos clásicos a partir de sus traducciones, todas ellas vertidas al inglés, bien sea del alemán, francés, ruso y otras lenguas europeas, nos encontramos con un poeta en el verdadero sentido de la palabra poeta, Rainer María Rilke, y Las Elegías de Duino, vertidas al inglés por William Gass, una de las mejores versiones a dicha lengua para Coetzee.  Rilke, el poeta de Europa, como él mismo solía llamarse  fue, por sobre todo, poeta y políglota, amaba todas las lenguas de Europa, dominó algunas de ellas en las que escribió parte de su obra, el alemán y el francés, pero también sabía inglés, italiano, algo de ruso y amaba a las mujeres de una manera especial, era un romántico, en sentido real de ser romántico, las enamoraba con cartas. Aparte de su perfil biográfico, considera la traducción de Gass como inteligente,  para poder traducir un texto literario, dice Gass no basta con conocer la lengua en que está escrito. Muchos traductores no se molestan en conocer sus textos, porque interferiría en su propia creatividad y su percepción de lo que el poeta debería haber dicho…prefieren ser originales que verdaderos. Al respecto interviene el Coetzee. 

El traductor no necesita comprender el texto antes de traducirlo; antes bien, traducir el texto forma parte del proceso de descubrimiento –y de construcción– del significado. Traducir resulta ser solo un modo más intenso y absorbente de la operación que realizamos al leer.

Por estos senderos de la lengua y ficción alemana convergemos en Kafka, la versión inglesa es del poeta escocés Edwin Muir y su esposa Willa, magnifica traducción que cayó muy bien en los ingleses. De Robert Musil, más allá de El hombre sin atributos,  el escritor austriaco que escribió en alemán como Rilke y Kafka, es reconocido en principio por su corta y sugerente novela Las tribulaciones del estudiante Torless (1906). Para los esposos traductores lo que importa en este caso son Los Diarios, en su mayoría póstumos, donde muestra los acaecimientos de su vida, la creación de sus creaturas de ficción y cómo muchos de ellos se fueron perfilando con los rasgos de parientes y amigos íntimos, por ese sendero discurren los Diarios de Musil. Pensaba que le quedaba una larga vida por delante –dijo su viuda– lo peor es que ha dejado sin terminar una increíble cantidad de trabajos, bosquejos notas, aforismos, capítulos de novela, diarios, con los que solo él sabría qué hacer. En dichos Diarios, publicados algunos de los cuadernos, se leen cosas como.

El fascismo, fue una reacción contra los cambios de la vida moderna, principalmente contra la industrialización y el urbanismo, para los cuales el pueblo alemán no estaba preparado, una reacción que más tarde creció hasta convertirse en una revuelta contra la propia civilización. Respecto a Hitler escribe: Nosotros, los alemanes, hemos producido mayores moralistas de la segunda mitad del siglo pasado (es decir, Nietzsche) ¿y ahora producimos la mayor de las aberraciones morales que se haya visto en la era cristiana? Es que somos desmesurados desde todos los puntos de vista.

Del clásico Dostoievski, despliega Los años milagrosos, desde 1950, Joseph Frank ha estado remando con uno de los grandes proyectos bibliográficos de este clásico ruso  en cinco volúmenes, de modo pues que es un autor revisitado desde una meticulosa bibliografía que deja nueva señales de este espléndido hombre con sus malestares físicos que se alojaron en sus obras como:

Los acreedores de Mijaíl le presionaban cada vez más. Dostoievski propuso a Anna que dejaran San Petesburgo y se marcharan a vivir al extranjero. A ella le pareció muy bien, aunque fuera para alejarse de la familia de su marido. Durante cuatro años (1867-1871) los Dostoievski vivieron en Alemania, suiza, Italia, y, después, de nuevo en Alemania, en hoteles o apartamentos de alquiler. Fue un periodo de penurias sin tregua. Apenas tenía lo suficiente para comer, y su supervivencia dependía siempre de los adelantos que les enviaba M.N. Katkov, el siempre comprensivo editor de Dostoievski. De vez en cuando, Anna tenía que empeñar su ropa y sus joyas para pagar deudas”.

Seguimos en Rusia, pero no ya la de los zares, estamos en la fallida Unión Soviética, con los ensayos vertidos al inglés de Joseph Brodsky, el poeta perseguido y encarcelado por Stalin, exiliado y por último ciudadano norteamericano. El poeta Brodsky hace parte de esa generación que en poesía viene del simbolismo ruso de Block que generó en Acmeismo con Mandelstam, el caso es que este premio nobel buena parte de su obra la escribió en inglés, como el libro de ensayos Menos que uno, trata de la experiencia de crecer en medio del aburrimiento pasmoso del Leningrado del decenio de 1950, contiene también ensayos sobre viajes, sobre crítica literaria.
El único autor que hace parte del presente volumen que escribió en español, Jorge Luis Borges, aparte de ser ya un clásico de la literatura universal, una de las razones que llevaron a Coetzee de examinar su literatura, es la de ser tan  anglófilo como el surafricano; razón por la cual el mismo Borges estuvo atento al vertimiento de su obra con su traductor norteamericano Norman Thomas Di Giovanni. El cuidado de las versiones al inglés vienen desde siempre por cuanto su familia estrechó lazos con Inglaterra. Borges recibió desde niño una educación bilingüe en español y en inglés. Para los traductores el asunto se complicaba ya que Borges quería que sus textos sonaran como si se hubieran escrito en inglés, es por eso que se conocen distintas versiones de un mismo texto, debido a que muchas veces se tradujo a sí mismo.

Para cualquier traductor resulta una tarea ardua estar a la altura de la concisión y la fuerza que se aúnan en el español de Borges, así como encontrar las transposiciones de sus enigmáticas metáforas, el lenguaje nos presenta problemas irresolubles excepto en aquellas ocasiones en que está teñido –deliberadamente, estoy seguro- por las estructuras verbales del inglés (estructuras que, por su puesto, tan pronto como se reproducen en la traducción inglesa, desaparecen)”.

Coetzee pasa a analizar la autora británica A.S. Byatt, se concentra en su cuarteto de Frederica, considera estas novelas como: novelas de ideas, y muchas de sus situaciones están construidas con el objeto de servir de marco para el debate sobre las ideas que se exponen en ellas.

En este compendio, no podía dejar de lado un escritor inglés de ascendencia caribeña como lo es Carlyl Phillips, y no se puede pasar por alto la esclavitud negra y desde luego sus luchas por la dignificación de su condición humana, de eso se ocupan las novelas de Carlyl, de los desembarcos de esclavos, de esa diáspora africana. Cuando las economías de las colonias africanas comenzaron a fracasar y los esclavos se emanciparon de los imperios europeos, se sucedieron nuevas oleadas de emigrantes de ida y vuelta, asunto que sigue sucediendo en nuestro tiempo. De ahí que Coetzee señala que: 

Las preocupaciones de muchos escritores caribeños de este siglo- Aimé Césaire, Naipaul y Derek Walcot, entre otros-, han de entenderse a la luz de  este recorrido histórico que atestigua la desestabilización  y la inestabilidad, la hibridación euroafricana y una conciencia racial que ha provocado numerosas fracturas, además de una no lograda independencia y una indecisión acerca de los modelos que deben seguirse en el futuro.

Las obras de Caryl Phillips, pese a su diversidad genérica e histórica, constituyen un proyecto con único objetivo: recordarnos lo que a Occidente le gustaría olvidar:

“Para Coetzee Cambridge no es sí mismo un libro de gran calidad –el argumento de los últimos capítulos está apenas esbozado– y se nota el apresuramiento en la escritura, pero demuestra que para Phillips,  el ámbito de la opresión alcanza también a la mujer blanca, especialmente al personaje de la hija de Blanca”.

El apostata Salman Rushdie, visita este libro con su novela El último suspiro del moro. Hijos de la media noche y Los versos satánicos, catapultaron al escritor hindú. En estas novelas- río, si no se compactan todas las piezas de esa relojería novelística,  la maquinaria falla y quien avista las buenas lecturas  encuentra en ellas ciertos mecanismos que quedan sueltos, como es el caso de las novelas de Rushdie, y esos hallazgos los hace evidente Coetzee:

Las novelas de Rushdie son ambiciosas, pero sus estructuras no son sólidas,  aparte del preludio dinástico ambientado en Cochin y de las últimas cincuenta páginas, que tienen lugar en España, el grueso del libro trata sobre la vida de Moraes en Bombay. Pero en lugar de un desarrollo donde se entrecrucen el personaje, el tema y la acción, según el procedimiento característico de la sección intermedia de lo que llamaríamos novela clásica, en la sección intermedia de Rushdie la progresión narrativa es episódica e intermitente. Se introducen nuevos personajes secundarios con suficiente inventiva y riqueza de detalles como para justificar papeles principales, pero con demasiada frecuencia su contribución a la acción es escasa, y desaparecen (o son hechos desaparecer) de escena casi por ensalmo”.

En Colombia es poco o casi nulo el conocimiento de autores israelitas, diríamos que en términos de literarios es poco lo que se pondera en ellos, pero aquí estamos con Aharon Appelfeld, señalemos que sin proponérselo es un escritor visceral, tal vez por haber sido un perseguido; nacido en Ucrania, pero Appelfeld se considera con tres identidades; la tribu judía, la europea y la israelí, lo de visceral vine por su condición de desertor de la guerra, el gueto, las marchas forzadas, el campo de concentración, la huida de los bosques, y de esos sucesos se componen libros. Con varios premios importantes, postulado al premio Nobel. De este judío errante razona Coetezee: Appelfield ha reconocido su deuda con Kafka, pero la de un Kafka entendido como un judío que en el curso de su asimilación perdió su modo de ser y tuvo que sufrir para recobrarlo. Sus paisajes tienen ciertamente la naturaleza abstracta y rebajada de los Kafka. Sin embargo, The Iron Trackas tiene lugar claramente en la Austria rural. Otro israelita que ronda las páginas de este libro es Amos Oz. En Una pantera en sótano (1994),  el núcleo esencial de la historia trata de un muchacho israelí que ha llegado a la encrucijada de su desarrollo moral. ¿Va a continuar abrigado a las fantasías de su infancia, como le animan a hacer las personas de su entorno, o va a avanzar hacia un nuevo estadio de la vida, aprendiendo a amar y también a odiar, a aceptar que no se puede clasificar a las personas que le rodean simplemente como amigos o enemigos?

 En cuanto a la traducción, su traductor, Nicholas de Lange, atrapa el sabor de los giros idiomáticos de su modo de hablar mediante el recurso de usar el inglés del siglo XVI. Amos Oz, representa el laicismo y la racionalidad, y la derrota del mal no por medios violentos, sino en virtud del viejo ideal sionista “del trabajo, la vida sencilla, el reparto equitativo y la igualdad, una mejora gradual de la naturaleza humana.”

Al oeste de Israel se encuentro Egipto, país de origen de Naguib Mahfuz, el novelista épico, especialmente de El Cairo. Las primeras novelas en árabe de estilo occidental aparecieron hace un siglo. Desde entonces el género se ha desarrollado sobre todo en Egipto, donde la idea de una identidad nacional sustentada por la sociedad civil ha perdurado más que otros países árabes de oriente próximo. Allí el gran intermediario ha sido Naguib Mahfuz (1911-2006).

Mahfuz es, por encima de todo, un novelista de El Cairo, de El Cairo Medieval. Las novelas realistas de Mahfuz se centran en la gente que vive en la ciudad. No hay huella del campesinado ni del medio rural; no parece siquiera que los habitantes de la ciudad ostenten progenies en el campo. Mahfuz retrata sobre todo a la gente humilde que trata de sobrevivir y una clase media que de igual manera trata de flotar en tiempos difíciles, como corresponde a este sector, que es como un emparedado, que imita lo que está arriba y trata de huir de lo que está abajo.

Al igual que Salman Rushdie, Mahfuz sufrió un grave encontronazo con las autoridades religiosas islámicas. El motivo del conflicto fue la novela Hijos de nuestro barrio, publicada por entregas en Al-Ahram en 1959 pero que nunca vio a luz como libro en Egipto. Novela acusada de herejía.  Se declaró a favor de los acuerdos de Campo David. Fue el primer escritor árabe que adoptó esa posición política, a raíz de la cual sus libros se prohibieron durante algún tiempo en algunos países árabes. En sus artículos periodísticos también expresaba su desagrado por las medidas económicas de Sadat, que conducían, en su opinión, a que los pobres fuesen más pobres y los ricos más ricos.

Como no conozco el árabe –Dice Coetzee–, no intentaré juzgar la calidad de la traducción. La versión de Carherine Cobham es fidedigna y se lee con fluidez.
En el apartado final del libro encontramos un puñado de sudafricanos, escritores que como ocurre con la recientemente fallecida Nadine Gordimer, llegaron incluso a merecer el premio Nobel de literatura, caso de Doris Lessing, quien desde los cinco años vivió en Zimbabue. Libro, en fin, que a partir de veintiséis ensayos ronda el mundo de la escritura desde la mirada crítica y poco complaciente a la que nos tiene acostumbrados Coetzee. 


PdL